La carta «Siempre Esperada» de la señora Ana González de Recabarren

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A propósito de la reciente partida de la señora Ana González de Recabarren, una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, nos sumamos a sus homenajes con esta carta que un día se escribió así misma como si fuera Manuel, su esposo detenido desaparecido hasta los días de hoy.

Una carta siempre esperada

La señora Ana González escribió esta carta cómo si se la hubiese enviado su marido Manuel Recabarren; detenido desaparecido desde la mañana del 29 de abril de 1976. Ese día salió de su hogar en búsqueda de sus hijos, Luis Emilio y Manuel Guillermo y su esposa Nalvia Rosa Mena, embarazada de tres meses, a quienes secuestraron la noche anterior. Nunca más se supo de ellos; una tragedia que le cambió su vida de un día a otro.

Este ejercicio de escribir cartas a sus familiares desaparecidos se realizó en la sede de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC) el día 10 de diciembre de 2006, con ocasión del Día Internacional de los Derechos Humanos. Paradojalmente ese mismo día murió el general Augusto Pinochet.

La carta que viene a continuación me la pasó  cuando la visité en su casa convertida prácticamente en un museo que da cuenta de su lucha reconocida como un baluarte emblemático, un monumento viviente a la dignidad humana y a todas las memorias. Allí me dijo que Manuel, su esposo, le decía  cariñosamente «Consentida».

«Querida Ana:

Cuando han pasado 30 años de nuestra desaparición forzada, te escribo. No sé dónde estoy, ¿estaré en el fondo del mar o en el fondo de la tierra?, tal vez en algún río, ¿estaré en alguna mina abandonada? ¡Qué tortura, que martirio! No sé dónde estoy.

Ana, ¿Recuerdas el Cristo crucificado, que manos artesanales tallaron allá por el sur? Así como a ese hombre nos crucificaron, teniendo en común el mismo delito, haber amado a nuestros pueblos.

El Cristo estaba destinado a nuestra querida amiga evangélica, la señora María, tú te enamoraste de él y me pediste que lo dejara en casa ¡Cómo no hacerlo! Como arte de magia “volví a los 17”, cuando dulcemente me besaste.

Ana, siénteme cerca de ti, nunca he dejado de estar a tu lado, tú lo sabes muy bien, difícil dejarte sola cuando necesitabas mi presencia. Presiento que hoy más que nunca me has extrañado, el dolor de saber que nuestros amigos de ayer ya no son los mismos, eso ha dejado una huella indeleble en tu corazón, a los dolores sumas dolor.

Los seres humanos somos tan impredecibles, yo también tuve desengaños, pero la firme convicción de saber que estaba en lo justo, aumentaba en mí la maravillosa magia de seguir adelante.

Ana, sigue tu camino, haz lo que debes hacer y punto.

Durante nuestras vidas juntos, tuvimos vivencias buenas y malas, algunas color de hormiga. Nada importaba, estábamos juntos y todo podía arreglarse. Siénteme a tu lado Ana, resiste, te lo pido por Ricardo, Vachy, Anita María y Patricia, por nuestros bellos nietos, bisnietos y nuestros posibles tataranietos. ¡Tú lo verás!

Cuando leas esta carta recordarás, volverás a tu juventud, llorarás, reirás. Durante estos 30 años, de mi ausencia forzada, han llegado a tu vida nuevos y maravillosos amigos, y otros no tanto. Te vuelvo a pedir, no te apenes, tú sabes que en alguna etapa de mi vida sufrí lo mismo. Sin embargo, aquí estoy y acudo a todos mis vecinos, a mis compatriotas, a la sociedad toda, le recuerdo que no soy sólo una fotografía en tu pecho, tampoco una pancarta. Yo, Manuel Recabarren, como ustedes, estoy en la historia de mi familia y de mi país.

Una mujer me parió un 18 de septiembre, María y Manuel fueron mis padres, tuve siete hermanos, engendré hijos, fui a la escuela, aprendí las primeras letras en el Silabario “El Ojo”, sólo llegué hasta “el Pato”, allí me eché porque la miseria me obligaba a trabajar. Era el número dos de siete hermanos, fui de “piececitos de niño azulosos de frío” que, para vergüenza de los poderosos, aún pululan por las calles de la ciudad. Cuando no había luz en nuestra pieza, porque no era casa, se las pedía prestadas a las “animitas” para poder alumbrarnos.

A los 14 años calcé mis primeros zapatos nuevos, de niño pasé hambre, esa hambre que cuando comes el pedazo de pan, te sabe amargo. Luché por el derecho de los trabajadores, marché por el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, marché contra la invasión a Vietnam. Alcé la paloma de Picasso clamando por la Paz del mundo. Siempre mi voto fue para Salvador Allende. Siendo niño, salí a la calle, junto a mis padres, para llevar a la presidencia a Don Pedro Aguirre Cerda. Por todo esto, estoy aquí, sin tener el derecho de estar vivo o muerto, “…..pero yo estoy aquí, soy como usted…”

Ellos, los “valientes soldados”, que fueron capaces de cometer tantos crímenes en nombre de la patria, hoy se les caen los pantalones para confesar sus “heroicas hazañas”, siguen callando, van de Herodes a Pilatos, con la complicidad vergonzosa de tantos que buscan miles de triquiñuelas para dejar en la impunidad estos crímenes de lesa humanidad.

Mi querida compañera Ana, como tú dices, “los porfiados hechos” reafirman la calidad de Caínes y ladrones, “chacales que el chacal rechazaría”, ¿qué fue de aquellos “valientes soldados”?

“El amor, el perdón, no consiste en ocultar la verdad”, nos dijo Monseñor Jorge Hourton, y agregaba “sólo la verdad nos hará libres”. ¡Cuánta razón hay en estas palabras! ¡Sólo la Verdad nos hará libres! Por duras que sean las consecuencias.

El Estado, los Tribunales, las Fuerzas Armadas, la Sociedad, el Silencio, se hace cómplice de tan abominables crímenes.

Al país que olvida a sus mártires, corroe sus raíces, el desierto lo va cubriendo sin valores, sin futuro, sin sueños, y avanza, tanto avanza, que camina por la senda que lleva a ninguna parte, un camino lleno de sombras amenazantes para el futuro de nuevas generaciones.

Querida Consentida, desde el fondo de la tierra o desde las profundidades del mar, te extraño. Quería verte, y por esa magia de los sueños, viajaste a Quintero, yo te guié hasta Loncura, la brisa que acariciaba tus mejillas, las envié yo, la sombra dibujada en la arena era yo, tu Manuel, esperándote como entonces, para agradecerte por los felices días que vivimos, junto a nuestros niños. Difícil encontrar cómplices como tú, estoy seguro mi “Consentida”, que aunque nadie más me espere, tú estarás allí, esperándome.

Gracias hijos y nueras, por los nietos y bisnietos, en especial a mi nieto Rodrigo, gracias por cuidar a vuestra abuela. Por siempre tuyo.

Manuel»

 

Nota: Esta carta y este mensaje escrito en un sobre están publicados en el libro «Amor Subversivo» de Myriam Carmen Pinto/Ediciones Radio Universidad de Chile. Junto a estas cartas también hay una escrita por su hija Ana María Recabarren y una serie de mensajes solidarios escritos por un cartero en los sobres de cuentas  dirigidos a  Patricia Recabarren, la hija que la cuidó hasta sus últimos días, quién los  conserva en una cajita con si fueran un tesoro.

Ver más en: Las tres Anitas y sus vivos muertos

30 de octubre de 2018

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