Vivir, trabajar y escribir en la Zona Cero

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Andrés Rojas Murphy, (30 años) sociólogo, especializado en Educación Popular, participó y observó el inicio y desarrollo del estallido y la revuelta social en los alrededores de la Plaza Dignidad; reside y trabaja en el barrio y entorno denominado «Zona Cero», una circunstancia que le ha posibilitado seguir muy de cerca el proceso de transformación de dicho espacio público reconocido como el símbolo del punto de partida y nacimiento de un nuevo Chile.

Un par de días antes del 18 de octubre de 2019, la semana en la que todo comenzó, observó a los estudiantes secundarios y universitarios movilizados en torno a su llamado a evadir el pago de los pasajes del Metro y luego una escalada de protestas que se desatan un a tras otra, registrándose el 25 de octubre una marcha en la que participan al menos un millón de personas; la marcha que ha sido considerada una de la más grande de la historia de Chile.

La plaza y sus alrededores convertidos en prácticamente un territorio liberado, después de participar en cada una de las jornadas y mitines de protesta, junto a sus amigos, recorría hasta altas horas de la noche y también se quedaban conversando, incluso en el período que se declara Estado de Emergencia y Toque de Queda con los militares en las calles. Al paso de los días se suceden concentraciones, velatones, conciertos y presentaciones de históricos grupos folklóricos, bandas y cantautores y en definitiva un multitudinario encuentro y reencuentro de  estudiantes secundarios y universitarios, artistas, movimiento de mujeres, oficinistas, pobladores, profesionales, integrantes de barras de fútbol; una multitud venida de los más apartados rincones de la capital que logra abrirse paso para llegar a la plaza, encaramarse al monumento de la estatua de metal,  subir e intervenir el caballo con banderas y rayados para luego desde allí liderar y animar los gritos y consignas aclamados por los manifestantes.

Andrés registró día a día lo que veía y escuchaba en una libreta de apuntes que siempre lleva consigo. Asumiendo la importancia histórica y a modo de desahogo escribía  cada vez que podía, ya sea en la misma calle o al llegar por las noches a su departamento. A continuación, reproducimos una parte de este primer impulso de narrativo registrado en su libreta de apuntes y un cuento en donde relata y vincula esta experiencia con la de su abuelo que fuera perseguido por sus ideas socialistas durante la dictadura militar.

 «Recién es 19 de octubre y escribo en el grupo de WhatsApp familiar –no lo puedo creer, este hueón sacó a los milicos a la calle. Me siento en dictadura.

Sí, supongo que exageré. –Hay violencias y violencias-, solía decir mi abuelo cuando todos los 11 de septiembre nos tomábamos una copa de vino en honor a sus compañeras y compañeros militantes que ya no están, a aquellos que a punta de fusiles les arrebataron hace años atrás este 18 de octubre. Y tenía razón, le puedo conceder eso, no estamos en dictadura, pero aún así no puedo dejar de sentir rabia y una violencia irreductible cuando veo llegar, horas después, con puntualidad militar prusiana, como les gusta que se refieran a ellos, a los milicos desde el atril del último piso de las torres azules de Bilbao con Bustamante.

Sus risas mientras acarician sus fusiles negros y la luz roja de las sirenas alcanzaban esa cima desde donde nos turnábamos para putearlos, en una especie de concurso espontáneo en el que ganaba el vecino del departamento que lanzara la frase más ofensiva y filosa a esos pequeños perfiles uniformados.

-“Cuando no hay nada que perder es imposible rendirse, no existen banderas blancas que colgar desde las ventanas”, le escuche decir, con olor a vino tinto barato, al abuelo alguna vez-, comenté a mi hermana, que seguramente no me escuchó, o no me quiso escuchar, mientras tocaba sin ritmo la cacerola. Después de todo, poca experiencia caceroleando teníamos todos en ese edifico.

¿Qué diría mi abuelo si, como yo, como nosotros, los hubiera visto llegar en un desfile marcial que nadie les pidió por sobre el pasto verde del Parque Bustamante, el que transformaron en su alfombra roja privada?

Hay violencias y violencias-, hubiera dicho, inmovilizando justamente ese tipo de violencia que el tirano movilizó contra la dignidad abrazante de quienes despertamos el 18 de octubre del letargo que había inmovilizado a las viejas glorias revolucionarias, como mi abuelo. -Hay violencias y violencias- hubiera balbuceado antes de dormir, complaciente, como vieja estatura de plaza de armas de pueblo, mientras a nosotros, sus nietos y nietas, nos inundan las miradas incógnitas desde ese edificio azul que aquella noche fue un extraño tipo de refugio de montaña ante lo blindados y tanquetas caquis que hacían tronar los adoquines de las calles que ya no pertenecen al Parque Bustamante, le pertenecen a todas y todos, los héroes comunes, a todos excepto a mi abuelo».

Andrés Rojas Murphy

Gritografías. Historias y Líneas de la Primera Línea. Mayo 2020.

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