La última noche…

1741

«Siento que estoy yéndome, me invade un gran cansancio. Ganas de dormir. Pero no puedo hacerlo. Debo luchar por vivir. No puedo morirme…»  Por Rodrigo Cerda, GritoGRAFIAS.

Aquida Iturriaga, falleció el 3 de octubre de 1960, a los 35 años, tras a dar a luz a su sexto hijo; víctima del sistema de salud, su deficiente atención y negligencia. Esta nota fue escrita en primera persona, testimoniando lo que ella pensó en sus últimas horas de vida; un caso real ocurrido al interior de un hospital del servicio de salud pública en Chile.


 

La ultima noche de mi madre

– «Señora. Ud está pálida y débil.  (Llamo al doctor y a la matrona que la atendieron).

– Ya me lo dijo mi hijo Aquiles, cuando vino a verme con mis 2 niños mayores.

– Tranquilícese señora. Su guagüito está bien y duerme tranquilo.

– Estoy agotadísima, es mi sexto hijo, no se si podré darle su primera leche.

– Haremos todo por reanimarla, usted. es tan joven, ya pasaron 2 horas del parto.

– Vine al hospital naval justamente porque todo el embarazo tuve hemorragias.

– Dr. Doña Aquida se siente mal y tiene un cuadro de hemorragias pre-parto.

– ¡Aplicar de inmediato una inyección de oxitocina para detener la hemorragia!

– Tenemos que reanimarla en forma urgente y evitar un shock hipovolémico.

Siento que estoy yéndome, me invade un gran cansancio. Ganas de dormir. Pero no puedo hacerlo. Debo luchar por vivir. No puedo morirme. Dejar solo a mi hijito Mario, recién nacido. Estaba completamente deshidratado, pero mi chiquitito se veía que estaba fuerte. Se repondrá. Debo serenarme. Pensar en mis 6 hijos. No sé si podré resistir. No siento que los médicos me rescaten.   Ha sido muy duro este embarazo. Y eso que lo pasé en cama, tranquila y con una dieta especial. Sangré constantemente. Se notó en mi orina. Decidimos tener al niño en el hospital y no en la casa como con Ania.

Fue terrible el terremoto del 21 de mayo y nosotros con mi marido en Brasil. Era horrendo leer la prensa y oír la radio. Cómo exageraban el cataclismo.  Decían que el sur de Chile había desaparecido por un maremoto. Temí que la casa hubiera aplastado a los 5 niños, o que el mar los ahogara.

La impresión fue impactante. Me hizo pésimo. Casi un ataque al corazón.

Fue un alivio que mi hermano Aquiles llamara contando que estaban a salvo.

Fue hermoso reencontrar a los niños. A Ñañita, mi pequeña regalona. A Merce, mi Almendrita, tan estudiosa. Igual que mi Héctor, mi Cacho. A Aquilito, que maduró antes de tiempo. Mi Rodri, que cuidó mi embarazo, al volver del Liceo.

Mario hizo lo posible para alegrarme. Ese viaje fue una segunda luna de miel. Un descanso para fortalecerme. Este año fue terrible. Y no puede serlo peor.

Íbamos cada tarde a esperarlo a la llegada del bus todos juntos. Hasta que tuve que quedarme en cama…ya me agotaba demasiado caminar.

Y traerme al hospital. La verdad es que en casa habría estado con mi esposo. Al lado mío, él estaría dándome calor. Mimándome. Con los hijos alentándome.

No en esta soledad. Ver la cara del doctor, que se muestra negligente. Torpe.

Cómo que no puede hacer nada. Que siente que ya es demasiado tarde.

Parece que perdí mucha sangre y recién se dieron cuenta. Solo me miran.

Y mi matrona en vez de calentarme las manos, está llorando, paralizada.

La voz casi no me sale. Siento los labios resecos y la lengua traposa).

–  ¡Qué pasa, no hacen nada, no me dejen así, atinen a algo!

No puedo mover brazos ni piernas. Mi corazón late muy lento. Como cansado.

No puedo morirme justo ahora, quién cuidará a mis cuatro chiquillos y a mis dos niñas.

Al menos estar con ellos, despedirme de mis hijos, pedir que crezcan unidos. Que cuiden al más chico, que quedará marcado por este destino absurdo.

Y besarlo a él, a mi compañero. Que le he dado mi vida entera. Que fui solo suya y de ellos. Pero seguiré siendo su guía, los ayudaré desde donde esté. Queridos míos, los amo. Adiós».

 

Por Rodrigo Cerda Iturriaga, periodista en Santiago, Chile

Fotografia  Eduardo Jullian

Compartir