Rosita Silva, una hermana elegida

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A Rosita Silva Álvarez, la conocí, a fines de 1987, fue en la época cuando trabajaba en el diario Fortín Mapocho, formaba parte del equipo periodístico dirigido Felipe Pozo, destacado periodista, quien había asumido la dirección de la puesta en marcha del proyecto de  circulación diaria, dejando atrás la edición del semanario de tiraje quincenal; un importante medio de comunicación que se la jugó con todo por enfrentar a la dictadura y por la libertad de expresión. A Rosita la entrevisté varias veces como integrante de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) y como una incansable activista por la verdad y la justicia, protestaba todos los días frente a las puertas de los Tribunales de Justicia y o frente al palacio presidencial La Moneda.  Recuerdo que por mañanas nos topábamos en la calle Almirante Barroso, ella caminaba hacia las dependencias de la Comisión Chilena de Derechos Humanos (CCHDH), ubicada en una casona de la calle Catedral número 1437 y yo al diario, cuyas oficinas estaban a esa misma altura en la calle Agustinas. Cada vez que nos encontrábamos nos saludábamos a lo lejos con un una sonrisa hasta que Floriano Cariqueo nos presentó y a partir de entonces nos hicimos muy amigas. Ella me contactó con varios familiares víctimas de la represión a los que solicité cartas para incorporar en mi libro «Amor Subversivo», publicado en marzo de 1988, entre ellas, Amada de Negri, tía de Rodrigo Rojas, muerto víctimas de quemaduras en su cuerpo, luego que una patrulla militar roció su cuerpo con combustible y lo quemó junto a Carmen Gloria Quintana, quien logró sobrevivir. También me apoyó en los momentos más difíciles de la ruptura de mi matrimonio, me acogió en su casa por varios meses, su fuerza me mantuvo en pie. No hace mucho cuando le propuse ser mi hermana elegida, me miró atentamente, me abrazó y me dijo – «Hermanas somos», sellando nuestra amistad para siempre; una relación que me permitió conocer desde adentro y por dentro  su lucha y compromiso , cómo hizo de su vida una batalla diaria, su  razón de vivir y propio sentido de vida por la verdad y la justicia. En Antofagasta, la madrugada del 19 de octubre de 1973, ejecutaron a su padre, Héctor Mario Silva Iriarte. Era un importante abogado, tenía 38 años, había asumido no hace mucho la gerencia de la Corporación de Fomento (Corfo) y el cargo de Secretario Regional del Partido Socialista de Antofagasta, antes había sido regidor de Chañaral.  Protestaba todos los días en las calles, era su hábito. La policía rompía sus carteles, la golpeaba, la llevaban presa, pero no lograban frenarla, seguía y seguía, no había nada ni nadie que pudiese parar esta impronta. No tenía miedo, increpaba a los carabineros, agentes civiles, jueces, militares. Y es que su sangre hervía… aún hierve.  «¿Quiero consultarle cómo se siente?, Mírelo, véalo en esta foto, criminal, asesino, criminal… asesino”. le grito cara a cara en los pasillos del palacio de los Tribunales de Justicia al general Sergio Arellano Stark, quien dirigió la comitiva de once altos oficiales de ejército, quienes desplazándose en un helicóptero, a su paso por quince ciudades de norte y centro- sur, ponen en marcha el fusilamiento de 93 presos políticos que sacan de la cárceles, masacran, acribillan, ocultando sus cuerpos por lo que gran parte de las víctimas figuran en las listas de detenidos desaparecidos; los mataron con los ojos vendados, amarrados sus pies y manos frente a los tiros de rifles y ametralladoras. Es el resultado de la operación que se conoce como «Caravana de la Muerte», y según lo que le dijo Arellano Stark al general Joaquín Lagos, era un delegado del general Pinochet en cumplimiento de una misión destinada a acelerar los procesos militares. En una oportunidad, le escupió el rostro y en otra – frente a frente -, mirándole desafiante y directo a los ojos,  lo increpa, gritando a viva voz: “Soy hija de Mario Silva; un hombre que usted mandó a matar”...

Sin dejar de lado sus protestas en las calles, Rosita, estudió Derecho, proponiéndose con ello seguir en la misma vereda de lucha de su madre, Graciela Álvarez Ortega, abogada, histórica militante del partido Socialista, fallecida en 2014, a los 84 años en Vallenar. Junto a otros abogados, presentó un escrito en noviembre del año 2000, abriendo un juicio al general Augusto Pinochet, a sus 16 años y medio de ejercicio en el poder político con atribuciones dictatoriales y en su Comandancia en Jefe del Ejército, período en el cual se perpetraron miles de homicidios calificados, arrestos con desaparecimiento, aplicación de tormentos, allanamientos y asociación ilícita, cuyos autores eran subalternos, políticos o militares, según se expresa «resulta inverosímil que los ejecutores pudieran cometer tantos y tan graves delitos sin la orden, anuencia, aprobación, tolerancia, encubrimiento o protección de su máximo jefe, en circunstancias que el móvil único o determinante de esos crímenes, era político o como solían calificarlo «Justificados por razones de Seguridad Nacional». En este juicio, declararon al general Pinochet con demencia para mantener su impunidad. Un poco antes interpuso una querella en contra de seis altos oficiales del ejército, liderados por el general Sergio Arellano Stark, por los fusilamientos de catorce presos políticos en Antofagasta, entre ellos, Mario Silva Iriarte, su marido.

Un poco antes de los 50 años de los hechos, Rosita, se adentra en una lucha por el rescate de la memoria. Ha escrito varios testimonios sobre las organizaciones sociales y políticas y movimiento de los derechos humanos y su propia historia. Su sobrina, Camila Silva, actriz y psicóloga, adaptó en octubre de 2019 a formato de libreto teatral uno de sus escritos, dando lugar a la obra “Octubre 19” (1973 -2019), un ejercicio que logra vincular la revuelta social con esta memoria, la declaración de guerra que hiciera el presidente Sebastián Piñera al pueblo, el regreso de los militares a las calles y con ello la repetición de un escenario de represión con armas de guerra; una obra – según dice Rosita y Camila – articula el pasado, presente y la esperanza de un futuro digno y justo que invita a reflexionar y detenerse en la dimensión de las sincronías de una fecha marcada con sangre y fuego y a mirar el futuro con una maleta de futuro llena de sueños, miradas multicolores y perspectivas para reflexionar y hacer nacer algo nuevo.

Retrocediendo nuevamente en el tiempo, recuerdo que en 1987, le dije a Rosita que un día escribiría sobre su incansable lucha y entrega heroica a su causa. Varios años pasaron hasta que en 2009 escribí un texto, era más bien un poema que después rompí. Incursioné en este campo literario, pero nunca me atreví a publicar, quizás porque no logré sacarme de encima mi traje periodístico. En mayo de 2012 publiqué en varios medios de comunicación este relato que para efectos de esta publicación hice algunos alcances y mejoramientos.

Rosa indomable. Rosa y su espina dolorosa

Tras el golpe militar, cuando mataron a su padre en Antofagasta, Rosa Silva Álvarez, siendo apenas una  adolescente, salió a las calles a protestar. La policía rompía sus carteles, la golpeaban, la llevaban presa, pero ella seguía, nada la frenaba. A su padre, Héctor Mario Silva Iriarte, abogado, 38 años, lo acribillaron, se había presentado ante la autoridad militar de la zona de Antofagasta para responder las preguntas que le dijeron le harían de rigor, incluso viajo desde Santiago, donde cumplía una misión de servicio, en su propio vehículo y hasta sacó un salvoconducto especial para trasladarse al norte del país durante el toque de queda. Su nombre figuraba en los llamados a  viva voz. El mismo día del golpe de Estado le ofrecieron asilo en México, pero él lo desechó, afirmando que no tenía nada que ocultar porque sus  manos estaban limpias, lo mismo le dijo al llegar a su esposa, Graciela Álvarez, conocida como Chela.

Una vez que se presentó en la Intendencia, lo interrogaron y después lo enviaron a la cárcel pública, donde se encuentra con dirigentes de partidos políticos, sindicalistas, académicos y estudiantes que llegaban día a día, eran más de 100.  Su esposa,  acudía muy de mañana a la cárcel, llevaba alimentos y ropa limpia. Un día consiguió entrar. Grande fue su sorpresa porque estaba en una celda, sentado al suelo, arrinconado y mirando hacia un punto fijo, tan mal estaba que no la reconoció, no supo que era ella. Graciela se dio cuenta que tenía heridas y llagas por todo su cuerpo, lo habían interrogado bajo torturas. En la cárcel sacaban a los prisioneros por las noches para interrogarlos, los llevaban a las dependencias de la base aérea de Cerro Moreno, cuartel de Investigaciones o en recinto la Providencia habilitado especialmente para fines de interrogatorios y centro de torturas.

La mañana del 19 de octubre de 1973, Graciela, llegó como siempre a la cárcel. Todo parecía igual como otros días, pero había algo distinto en el aire. Los gendarmes se mostraban inquietos, el oficial de la guardia no miraba a la gente a los ojos y mientras ella le pasaba el paquete con alimentos y ropa, un hombre a quién no conocía y no había visto nunca, se le acercó para decirle: – Señora ¿No se enteró de lo que pasó anoche?  -No, respondió, ella, nada sé. -Los mataron a todos, los mataron a todos, repetía una y otra vez, como en estado de shock.  Al escuchar esto, Graciela,  se desmayó ahí mismo. Algunos testimonios mencionan que este hombre era el Fiscal Militar, aunque hay versiones que dicen que se trataba de un familiar de una de las víctimas.  

A su muerte, un capellán y un soldado que venían desde la cárcel, llegaron al hogar de la familia, le traían dentro de una cajita su billetera, su reloj y su documentación personal. Junto con entregarle estas pertenencias le informaron que fuera a retirar el cuerpo al hospital para que fuera sepultado lejos de la ciudad y en silencio. Y así lo hizo, lo llevo a Vallenar, donde vivía su familia; lo recibió en un ataúd sellado y durante todo el viaje fue escoltado por militares con tenidas de combate y armamentos como si estuviesen en una guerra. Fue enterrado sin velatorio, ni funerales, ni misa, ni responso y su tumba quedó sin nombre y sin flores; quedó allí como un NN, un nadie.

“Fusilan a tres extremistas”,  tituló la prensa, de acuerdo a un comunicado oficial firmado por el Departamento de Relaciones Públicas de la Jefatura de la Zona en Estado de Sitio.  Al día siguiente, un segundo comunicado informaba esta vez la ejecución de otros seis prisioneros políticos, según mencionaba por procedimientos  y órdenes emanadas de la Junta de Gobierno, pese a que también decían que habían intentado huir. Al paso de los días, se supo que los ejecutados no eran seis sino un total de 14, entre ellos, un alcalde, un gobernador, dos gerentes de empresas públicas y varios dirigentes estudiantiles, sindicales y sociales.   

Libertad, Amanda, Patricia, Mario y Rosa, sus hijos, tenían entre 4 y 15 años. Hasta entonces habían vivido muy felices, muy unidos. Procurando mantenerse entera frente a sus hijos y la vida en sí que los rodea, Graciela, se esmera por educar a sus hijos para que sean dignos y para que caminen con la frente en alto. Pese a que sentía que a ella la habían matado con él, logra superarse porque sus hijos la necesitaban más que nunca. Crecieron escuchándola decir: «No tenemos derecho a llorar a su padre», pero sí tenemos derecho a quererlo, amarlo, recordarlo y hasta gritarle su nombre al viento a todo dar.  La urgencia era levantarse del suelo y seguir siendo una familia en pie, por ello, les inculcó que llorar significaba rendirse al dolor y que no podían permitírselo. Tenían que seguir firmes para denunciar lo ocurrido, para identificar a los responsables y encarcelar a los culpables y en definitiva para esclarecer la verdad y la justicia.  Bajo esta premisa, sellaron un pacto familiar, comprometiéndose como familia a luchar por la verdad y la justicia para su padre y esposo e inmortalizarlo, asumiendo sus ideales, su utopía social y política. Mario, el único hijo hombre, ingresa al Partido Socialista, llegando a ocupar altos cargos en la dirigencia nacional. Una de las hijas no quiso saber nunca más nada y las otras tres, al igual que su hermano,  se integran a la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP) y Rosita decide dedicarse prácticamente a tiempo completo.

«Camarada Héctor Mario Silva…presente». «Compañero… ahora y siempre»  era la consigna que más se escuchó durante su funeral simbólico que se organizó en 1990, a días del retorno a la democracia. En realidad un funeral que no fue. No había muerto, ni ataúd, pero para los presentes era como si. Habían cientos y cientos de banderas del partido Socialista, consignas partidarias, discursos, aplausos, claveles rojos y gritos. Ese día dejó de ser un NN en el cementerio, su nombre quedó escrito en su tumba y después en los memoriales dedicados a las víctimas de la represión de Antofagasta y Vallenar.  «Frente a mi ausencia obligada, un legado invita a vivir», se lee en uno de ellos. Otro momento importante para la familia fue cuando dieron el paso de cambiarlo a un Mausoleo familiar. La familia se unió en torno a sus restos que veían por vez primera a su muerte. Rosa cuenta que lo observó como si hubiese muerto ayer. Dice que todo estaba intacto, sus facciones, su pelo, su ropa, todo como si el tiempo se hubiese detenido en él, como si hubiese esperado este momento para presentarse lo más antero posible ante ellos, todo como si hubiese sido ayer. Tal como les había inculcado desde chicos, ninguno de sus hijos lloraba, tampoco Graciela, su esposa. Rosa, recuerda que al ver cayó arrodillada ante él, pese a que su madre le había dicho muchas veces que no podían doblegarse. Luego procede a acariciarle su rostro, estaba en ello cuando una de las hijas, rompiendo el pacto de la familia, no pudo contener su llanto desgarrado, se había dado cuenta que sus manos estaban amarradas. Era Libertad, la hija mayor. «En nombre de la Libertad,  desátalo, déjalo libre», le dijo su madre. Y así lo hizo.

Fue un padre ejemplar, cada noche, les traía libros,  juguetes o chocolates que les dejaba bajo sus almohadas para que a la mañana siguiente sus despertares fueran una fiesta. Los fines de semana los llevaba al cine y por las noches les contaba historias de la llegada de los españoles a Chile y de cómo los mapuche los enfrentaban. Les contaba la historia de Chile a modo de cuentos y él se metía en los relatos. Por lo general  era un ayudante de los personajes más importantes.

Florece Rosa indomable. En los años 80, luego de finalizar sus estudios de la secundaria, Rosa, radicada en Santiago, Rosita donde se integra a la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, desde donde la lucha por verdad y justicia, promueve los derechos humanos y fin del régimen militar. Sin detener nunca su lucha, se convenció de que la única batalla que se  pierde es la que se abandona. Quizás por ello nunca tuvo miedo a los fusiles, metralletas, tanques, botas, ni balas, quizás porque no ha podido llorar como Dios y el universo manda, menos aún vomitar la rabia que tiene contra los que mataron a su padre y quienes buscan silenciar y dejar todo al olvido. Desde sus 17 años, nunca ha parado de luchar, vive para protestar. En el periodo de la dictadura civil militar, se levantaba cada mañana, tomaba desayuno y salía a la calle a protestar frente al Palacio de La Moneda, frente al edificio de los Tribunales de Justicia y o bien en la paseo de la calle Ahumada. En una ocasión, casi la mataron, fue cuando en medio de una manifestación, un policía la apuntó, pasando las balas de su fusil. No ocurrió lo que pudo haber sido el fin de sus días porque estando a punto de disparar, uno de sus compañeros – al darse cuenta de la maniobra –  desvía oportunamente el arma con un manotazo.

Graciela Álvarez, también se convirtió en una incansable luchadora en las calles y veredas propias legales. En conjunto con otros familiares de ejecutados interpuso la primera querella criminal contra el general Augusto Pinochet, lo acusaron de  homicida. No lograron juzgarlo, pero sí someterlo a juicio. El no se declara inocente, pero los jueces no lo condenan ni encarcelan. Argumentan que no estaba en su sano juicio.  Respecto del general Arellano Stark, la justicia lo declaró en un estado de demencia y locura temporal, reduciendo su condena y arresto domiciliario. Siguiendo el ejercicio de impunidad, los mandos medios se han defendido, acogiéndose a cláusulas de obediencia debida;  dicen que hicieron lo que hicieron por órdenes de sus jefes superiores.

En los expedientes de este episodio de la Caravana de la Muerte en Antofagasta, se menciona que los cuerpos de las víctimas fueron entregados a sus familiares en urnas selladas, destacando que en esta ciudad de todas las que pasó la comitiva de la muerte, fue la única en la que se entregan los cuerpos para su sepultura. En todas las otras los ocultaron, enterrándolos en fosas comunes. Esta operación ha sido reconocida como una práctica de exterminio, despliegue del terror y señal de guerra. Las fuerzas armadas creían salvar al país del comunismo, hicieron lo que hicieron, según ellos, por honor a la patria. Rosa, recuerda que su padre no sabía disparar ni siquiera una pistola de agua.

Por una Rosa sin ninguna espina dolorosa

Rosa, afirma que en Chile los asesinos caminan libres, y afirma que aún no se conoce toda la verdad y que solo han habido limosnas de justicia. Ha sido el pueblo chileno y el mundo entero los que han sentenciado y condenado: «Culpables a los culpables», dice – agregando que las autoridades han priorizado la verdad y la reconciliación, relegando a la justicia a la medida de lo posible. Una vez recuperada la democracia, sintiéndose muy decepcionada y traicionada, se fue a Nicaragua a unirse a los sandinistas y su revolución, pero al caer el poder popular, regresa, aislándose un par de meses en su casa con una puerta a doble candado. Por entonces, decide estudiar y convertirse en abogado. Y lo logra. Así, entre marchas y consignas, esta vez se une a los equipos que  llevan los casos de violaciones de derechos humanos, recorre salas de juzgados y cortes con antecedentes y nuevas diligencias para que los casos se reanuden, continúen y no prescriban en el tiempo.

Como abogada se gana la vida trabajando en un municipio y también ejerce independiente. Tramita problemas de la gente pobre, no recibe ni una moneda. A cambio pide que la apoyen con los servicios de cambio de cañerías, llaves, y remoción de planchas del techo para que no siga lloviéndose su cama. La casa donde vive se la presta un amigo, es un espacio abierto, cálido, generoso.  

Viviendo ya casi más de la mitad de lo que podría ser toda una vida, Rosa, no tiene hijos ni marido. Su todo es su madre, hermanos, compañeros y su causa de lucha. Denunciando su historia, y lo que le tocó vivir, podría decirse que sus pies dibujaron las calles céntricas de la capital.  Ya no es la misma, los años han pasado, está enferma, a veces se presenta en las manifestaciones en una silla de ruedas, sin embargo su mirada sigue firme, está cansada, pero sigue con sus brazos en alto. Su lucha no ha terminado. En las marchas y mitines todos se acercan a ellas, sin duda, es un símbolo de permanencia. 

No tiene miedo de morir. Dice que no le debe a la vida, que ha hecho todo lo que quiso y creyó que había que hacer todo lo que ha hecho.  Como integrante de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, es decir, rodeada de muerte, sabe muy bien lo que quiere a su muerte. Ha dicho que quiere un funeral a modo de una fiesta, en la que corra vino, carne asada y  cumbias salseras. Dice que sus amigos saben muy quienes tienen prohibición de asistir y que uno de ellos tiene una lista que le pasó dentro de un sobre como si fuera su testamento.  Ha pedido que la incineren y arrojen sus cenizas a lo largo de la calle Ahumada porque está convencida que allí ha vivido sus días más felices… solo allí se daba permiso y se ha permitido soñar, ser una rosa sin ninguna espina dolorosa. Protestando,  la golpeaban, removían su dolor, protestando, resistía con su puño cerrado al aire y su rezo diario: “Aunque los pasos toquen mil años, no borrarán la sangre de los caídos”…  Dice que apenas terminaba esta frase, empezaba a divisar cómo las grandes alamedas se abrían al paso del hombre libre, tal cual como dijo el presidente Allende en su último discurso. Rosa ha soñado a Chile volcado a las calles, venciendo y naciendo país libre, solidario y justo hasta por quienes ya no están. Rosa ha vivido y vive, habla y ha hablado por  su padre y por todos los que ya no están.

La carta que viene a continuación la escribió Camila Silva, ella me la pasó a sugerencia de Rosita para incluirla en el libro Dignidad Nuestra. Se trata de una carta que escribió, en el marco de la iniciativa “Epistolario. Nietas y nietos escriben cartas”, organizada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, con ocasión de los 50 años de la elección del presidente Salvador Allende (4/9/2020). Decidí incorporarla, considerando la perspectiva de las nuevas generaciones, los hijos e hijas de la Memoria.

septiembre, 2020

“Cuantas veces de pequeña me fanaticé contándote y hablándote, como si te hubiese conocido.

Cuántas veces me sentí culpable porque pensé que si tú te hubieses ido a un país remoto lejano y en otro idioma, con mi papá, mis tías y mi abuela, te hubieses salvado… pero yo no estaría, pero nosotros y nosotras no estaríamos… la culpa del sobreviviente le llaman.

Te escribo por les 12 nietes que somos; 9 nietas y 3 nietos… también por los 7 bis nietes;4 bisnietos y 3 bisnietas.

Te imaginamos como te han dado vida, te imaginamos como nos han contado, te imaginamos como te hemos revivido una y otra vez durante estos años…

Te estamos haciendo una obra de teatro, sabías, con la Rosi, que finalmente se decidió a contar tu historia, nuestra historia… es raro encontrarte en los recuerdos y describirte conotros para representarte, para recordarte, para volverte al corazón… pero aquí estamos…es difícil, sabes… muchos silencios, muchos años, mucho miedo, muchas ganas de quese haga justicia, de que no se repitan las cosas…

El año pasado hubo estallido social, me hubiese encantado escuchar lo que tenías que decir, escucharte hablar en esos almuerzos interminables que tenemos. Yo tuve miedo, me sentí indefensa, pensé que las cosas se iban a repetir, que nos iban a ir a buscar, que nos iban a matar… me daba miedo estar mucho rato en las marchas… siempre le he tenido miedo a los pacos, pero ahora no quería estar, o sea, quería estar… estaba pasando algo increíble, la gente estaba en la calle, era la primera vez que sentía que no estábamos solos en la lucha, que no estábamos solas gritando ¡¡¡paco culiao!!! …pero tuve miedo, mucho miedo… empezaron a dispararle a los ojos a la gente y sentímucha pena, mucha rabia, no podía creer que de nuevo se estaba repitiendo la historia. Estaban torturando gente, violando mujeres, disparando… sentí miedo y me acordé de ti.

¿Sabes cuándo pasó todo esto? El 18 de Octubre, un día antes de que te asesinaran el 19 de octubre de 1973… sentimos más que nunca que estabas ahí, que teníamos que contar lo que estaba pasando, que teníamos que crear, que esto también tenía que estar en tu historia. De alguna manera era una especie de tributo a tu muerte… así que así le pusimos a la obra “19 de Octubre 1973-2019”. Me acordé de la Chela, nuestra abuela, tu esposa, y de lo que siempre decía sobre los ciclos… que eso era la vida, ciclos que se repetían una y otra vez… y aquí estábamos en ese espiral.

Por aquí estamos todas bien, todos bien… y en cada uno de nosotres hay un pedacito de ti heredado transgeneracionalmente como una huella, como una herida que aún nos duele… no te voy a mentir… aún nos duele, aún nos llora.

Pero a pesar de todo eso, todes hemos tomado rumbos que nos conectan con nuestra historia familiar, con el trabajo, con las personas, con lalucha social de alguna forma … profesoras, doctoras, abogados, ingenieros, actrices, sociólogas, psicólogas, periodistas, madres, padres, hijes, hermanes, nietes.

Todos y todas te extrañamos, te recordamos, te hablamos, te escuchamos y te llevamos en nuestros caminos, en nuestras batallas y sobre todo en nuestras victorias”.

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