Familiares de genocidas. Nuevo actor público en el mundo de los Derechos Humanos

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No puedo dejar fuera de mi camino una experiencia que viví en París el 29 de noviembre de 2022, tras el acto de presentación de mi libro «Dignidad Nuestra» y acto de entrega de un ejemplar a un Centro de Investigaciones de la Universidad  París Cité (Sorbonne). Al termino de la actividad, junto con los integrantes del «Colectivo Internacional de Apadrinamiento de los presos de la revuelta en Chile» fuimos a un pequeño bar del barrio Saint Germain  para compartir  y celebrar el buen resultado de dicho evento. Entrar a un bar parisino, saludar al mesero, diciendo «Bonne nuit» (Buenas noches), hablar con un grupo de ex presos políticos chilenos  residentes en París, hablar con una francesa en español,  hablar sobre Chile como si estuviésemos en Chile y bromear tal cual como en Chile… todo para mí era una sorpresa.  Conversábamos

cuando de un momento a otro  Verónica Estay Stange, abre un diálogo directo conmigo. Ella fue  quién recibió mi libro para entregarlo a la biblioteca de la universidad donde ella es docente. Cuando me dijo que era familiar de un genocida chileno y que era integrante  del colectivo «Historias Desobedientes. Hijas, hijos y familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia», quedé casi paralizada, enmudecida, no lograba entender lo que decía y por ello le pedí que lo repitiera. No entendía nada de nada y no era por su acento francés, hablábamos  español, sino que sencillamente  porque me  costó digerir que una joven de mirada  dulce y sonrisa  bondadosa fuera familiar de un represor del régimen militar de Pinochet y más aún que estuviese allí entre ex presos políticos y personas comprometidas por la defensa de los derechos humanos.  Ahí – entonces,  mirándome fijamente a los ojos, dijo que era pariente de Miguel Estay Reyno (el Fanta).

¿Te dice algo ese nombre? – preguntó.

En ese instante, sentí que dejaba de latir mi corazón, que tenía escalofríos y cuando mis manos tenían algunos pequeños temblores solo atiné a responder con un Sí, que sabía quién era mientras recordaba que a él lo habían condenado a pena perpetua como autor material del degollamiento de Manuel Guerrero, presidente de la Asociación Gremial de Profesores (AGECH), José Manuel Parada, funcionario de la Vicaría de la Solidaridad y Santiago Nattino, publicista y artista gráfico; tres militantes comunistas secuestrados y asesinados, a fines de marzo de 1985, por un comando de carabineros (Dicomcar) y agentes de la policía de seguridad. También recordé que  había muerto  en septiembre de 2021 víctima del virus  Covid. No podía creer que estaba frente a un familiar de él, alguien que llevara su mismo apellido, su misma sangre. Cuando logré incorporarme y dejar a un lado mi confusión, atiné a preguntarle:

 ¿Eres su hija?  – a lo que ella respondió… su sobrina.

Miguel Estay Reyno, conocido como «el Fanta» – por Fantomas, personaje literario y de historietas policiales –  militante de las juventudes del partido Comunista (PC), experto en inteligencia formado en la Unión Soviética, fue detenido, a fines de 1975, y a partir de entonces se volvió uno de los más activos agentes de inteligencia de la dictadura cívico militar; delató, participó en secuestros, sesiones de interrogatorios, tortura y crímenes con resultado de desaparición. A su haber incluso se suma la detención de su hermano, Jaime Estay Reyno y su novia Isabel Stange, (padres de Verónica) aunque  él  dijo – varias veces – que tomó la decisión de cambiarse de bando para salvarlos de la muerte y o desaparición así como también de su propia vida. 

Verónica Estay no conoció a este tío ni quiso hacerlo, pero sabe mucho de él. Ha leído todos los libros que relatan su caso. A diferencia de otros familiares de genocidas, ella no creció dentro de una burbuja y la mentira, siempre supo esta dolorosa historia; una  mochila que  marca a su familia a fuego vivo. No fue nada de fácil pasar de la información al proceso de darse cuenta, tomar conciencia y finalmente unirse a las filas del movimiento de defensa y promoción de derechos humanos. Tenía miedo hasta que encontró su propia voz en esta organización que reúne a hijas, hijos, nietos, sobrinos de genocidas  de las fuerzas armadas y organismos de seguridad.  Sus padres se sorprendieron cuando les avisó, inicialmente no les agradó.  Hasta entonces ningún integrante de su familia había hablado públicamente de su estigma. Al respecto explica que se trata de una transformación de desgarros entre el amor filial y la conciencia política. «La verdad no me explotó en la cara ni me partió en dos «, dice. Y claro, no se enteró porque se lo llevaron preso, ni por informaciones de prensa, ni porque alguien se lo contó al oído como les ha ocurrido a varias de sus compañeras y por ello considera que su caso no es emblemático. No obstante, si lo es al considerar que ella proviene del lado de las víctimas, del lado de una familia sobreviviente y de la diáspora chilena. José Miguel Estay Pérez, su abuelo, médico, Director del hospital Psiquiátrico, a la fecha de septiembre de 1973, se asiló en la embajada de México, radicándose en Puebla.  En 1976,  después de permanecer detenido, casi un mes, sin orden judicial ni proceso, llega su hijo, Jaime Estay Reyno y su esposa Isabel Stange (padres de Verónica) y ese mismo año llega Patricia Estay Reyno ( su tía).  Todos se instalaron en Puebla donde  se insertan en la vida académica y cultural de la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Verónica nació en Puebla en 1980,  estudió Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica y a los 23 años partió con una beca a estudiar un doctorado en Lengua y Literatura Francesa, mención semiótica en París, ciudad donde finalmente reside y donde trabaja en el Centro de Filosofía, de Epistemología y de Políticas (PHILÉPOL) de la Universidad París Cité. También ha estado vinculada laboralmente con el Instituto de Ciencias Políticas de París (Science Po) y  Nuevo Colegio de Estudios Políticos (París 8-Paris X).

Desafiliación del horror

Historias Desobedientes surgió en Argentina, a propósito de las manifestaciones de repudio y rechazo al polémico fallo de la Corte Suprema (2×1) que buscaba acortar las penas  carcelarias de alrededor de 700 condenados en las cárceles por delitos de  derechos humanos cometidos durante la dictadura (1976-1983).  Todo empezó cuando Mariana, hija del represor Miguel Etchecolatz, que fuera director de  Investigaciones  de la policía bonaerense, condenado seis veces por delitos de lesa humanidad ( órdenes de secuestros, torturas y asesinatos) se unió a las protestas lideradas por las madres y abuelas, de la Plaza de Mayo. De esta forma empezaba a desmarcarse públicamente de su padre y autodefinirse como «exhija». No soportó la idea de que él saliera en libertad y caminara por las calles como si nada, quiere que mueran en la cárcel todos los agentes de la maquinaria del horror. «Marché contra mi padre genocida», dijo en una entrevista en la que cuenta que un par de años antes se había cambiado el apellido, según consideraba sinónimo de vergüenza y dolor; «un apellido teñido de sangre». Poco a poco, siguieron su ejemplo otros familiares de genocidas. Vencían traumas, soledad y por sobre todo miedo al rechazo. En estas manifestaciones callejeras empezaron a reconocerse, reunirse, compartir sus historias y apoyarse, decidiendo finalmente organizarse y dar vida a su agrupación que rápidamente se amplifica a Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador y España;  un nuevo actor público que emerge desde nuevas y diversas posiciones  y se integra al reclamo y lucha por la verdad, la justicia, la memoria, el fin de la impunidad, el negacionismo y fin a los pactos de silencio.

Se trata de hijas, hijas, nietas, nietos, sobrinos, sobrinas; familiares de represores civiles y o de personal de las fuerzas armadas que han sido condenados en las cárceles y o permanecen con arresto domiciliario, que estén en condición de imputados, impunes o amnistiados, que sean ancianos, muertos o vivos. Según explican en sus documentos, se declaran «Desobedientes» como postura incondicional; desobedecen a la autoridad que exige respeto por tener un uniforme, un arma, una sotana, un cargo importante y que al mismo tiempo es incapaz  de respetar la dignidad de una persona; desobedecen la ley de Obediencia debida al interior de los aparatos de las Fuerzas Armadas y policiales, el imperativo de incondicionalidad filiatoria  y exigencia de complicidad familiar y desobedecen el mandato social que los insta al silencio e identifica con el genocida y o pensamiento genocida. «La culpa no se hereda, yo elijo mi vereda», se lee en uno de sus carteles.

Las reacciones han sido diversas y a veces los costos han sido muy altos. Hay experiencias de rechazo familiar, les han quitado el saludo, los consideran traidores, incluso, tratan de sacarlos de la lista de herederos. También han enfrentado rechazos por parte de los sobrevivientes y sus familiares. No todos los aceptan de buenas a primera, los miran con desconfianzas y se niegan a recibirlos. En un encuentro de amigos, una mujer se levantó de la mesa y se fue después de escuchar a Verónica decir que era familiar de El Fanta y en una de las marchas de derechos humanos una señora se acercó para decirle que había un error en su lienzo porque tenía la palabra Genocidas. Pero también hay otra cara de la moneda. Hay quienes los aceptan y solidarizan de manera inmediata y en lugares muy simbólicos.  El 11 de septiembre de 2022, en el palacio de La Moneda, una de las hijas de la señora Ana González,  propuso durante una ceremonia depositar un clavel en un jarrón junto a Verónica Estay, coordinadora del colectivo de Chile y Analía Kalinec, coordinadora del colectivo de Argentina. Y así lo hicieron.  Ana González, cofundadora de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), murió en 2018, sin conocer el paradero de su esposo Manuel Recabarren, dos de sus hijos, Luis Emilio y Manuel y su nuera Nalvia Mena, tres meses de embarazo, todos militantes del partido Comunista (PC). 

Siempre en el marco de las actividades de conmemoración de los 49 años del golpe militar, otro importante momento tuvo lugar en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos cuando Verónica Estay se encuentra cuerpo a cuerpo con Manuel Guerrero Antequera, hijo del dirigente gremial Manuel Guerrero, Camilo Parada, hijo de Manuel Parada, funcionario de la vicaría de la Solidaridad y María Luisa Ortíz, hermana de Estela, esposa de Manuel Parada. Días después, Manuel Guerrero, publicó en Instagram una foto en la que aparece con Verónica y una nota dice que de todas las actividades en las que participó la más demandante en términos emocionales fue cuando se reunió a conversar con familiares de genocidas, familiares que están por la verdad, la memoria y la justicia, reconociendo que se trata de procesos complejos, difíciles y delicados, individuales y colectivos en los que prima el dolor y la esperanza en estos pequeños grandes pasos. Verónica Estay dice que para ella resultó una de las experiencias más difíciles por su carga positiva y de dolor, «un punto álgido de lo humano».

La declaración de principios del brazo de chile que reúne a quince familiares menciona que han decidido con vergüenza, con culpa o con rabia, con pena o con ternura romper con el mandato de silencio que hasta ahora ha reinado entre los perpetradores, tanto civiles como miembros de la familia militar. Entre sus integrantes destacan los documentalistas Lisette Orozco, sobrina de Adriana Rivas, recluida en una prisión de Australia a la espera de su extradición (El Pacto de Adriana) y Pepe Rovano, quién en medio de la producción «No en mi nombre. Historias Desobedientes» conoció su historia propia como hijo no reconocido  del coronel de carabineros Rodrigo Retamal Martínez,  condenado a doce años de prisión y amnistiado por los crímenes (falleció en 2016 ). Cuando le conté a Rosita Silva, hija del abogado Mario Silva, ejecutado político, que había conocido a la sobrina de El Fanta  y la existencia de este colectivo, abrió sus ojos, me miró sorprendida y dijo: «Yo no les creo nada de nada».  Entonces le respondí que había que detenerse a reflexionar sobre estas nuevas voces que se suman al movimiento de promoción y defensa de los derechos humanos y que ha sido precisamente dicha lucha la que les ha permitido saber quiénes eran verdaderamente sus parientes y romper con la tergiversación de la verdad.

Muchos sostienen que este colectivo marca un antes y un después porque han abierto el inicio de un nuevo ciclo de memoria. Se trata de una organización inédita, única en el mundo. Hasta ahora nunca antes hubo una organización que reúna en su seno a familiares de genocidas que se niegan a ser cómplices y testigos mudos, que asumen su vulnerabilidad y se convierten en un actor político convencidos de que aún queda mucho por hacer al interior de la incansable y ardua lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Su intenso activismo ya se torna visible en seminarios, coloquios, reuniones, publicaciones, documentales, obras de teatro y libros de edición personal y o colectiva. Incidir en el espacio jurídico forma parte de su accionar. En Argentina gestionan un proyecto de Ley  para que sus testimonios puedan ser considerados pruebas judiciales dado que no pueden prestar declaraciones en los tribunales si no han sido víctimas directas. Esta clausula no existe en Chile y por ello los documentalistas, Pepe Rovano y Lisette Orozco, pusieron a disposición de la justicia información recabada durante la realización de sus obras. En un ámbito político, el grupo chileno entregó a la Convención Constituyente una propuesta con indicaciones para incluir en las disposiciones referentes a las Fuerzas Armadas y de orden. Una de ellas – por ejemplo – incluir a su misión la defensa de los derechos humanos y no de la patria y posibilitar el derecho a la desobediencia, es decir, que los subordinados puedan negarse a aceptar órdenes que involucren acciones asociadas a violaciones de derechos humanos.

Todos los caminos no son fáciles. Pero aquí estamos juntos, a pesar de todo para que el Nunca Más no sea solo una consigna sino una práctica transformadora. ¿Dolor? Sí, pero también esperanza en estos pequeños grandes pasos, dijo Manuel Guerrero Antequera, luego de conocer a Verónica Estay. Obviamente sabía que su tío participó en el secuestro y asesinato de su padre. ¿Estamos listos para incorporar a la lucha por la Verdad, Justicia y Memoria a las emergentes voces de estos nuevos actores anteriormente silenciados?

Myriam Carmen Pinto. Historias Humanas de Humanos Demasiados Humanos. Fotografías tomadas de páginas de Historias Desobedientes/Chile/Argentina. Enero 2023

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