Hija de la memoria, hija de un detenido desaparecido

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Cuando apenas vi una fotografía que Vilma Montoya publicó en una de sus redes sociales me pareció una escena guardada en mi memoria y por ello le pedí la foto en la que está, junto a dos compañeras integrantes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), el padre Gustavo Ferraris y el cardenal Raúl Silva Henríquez. Una vez en mis manos, mirándola detenidamente, me di cuenta que detrás del cardenal se ve una mano que sostiene una grabadora y el puño de una chaqueta artesanal. Inmediatamente, recordé que tenía una chaqueta similar y como no estaba del todo segura, publiqué dicha foto en mi Facebook, diciendo que la mano que sostiene la grabadora podría corresponder a Marianela Ventura, periodista de radio Cooperativa o Carmen Reyes (Johns), colega de radio Chilena, quién, tras leer mi publicación, comentó que nunca estuvo tan cerca del cardenal, y que si bien tenía un abrigo chilote, no era como ese para luego afirmar que no tenía duda alguna de que era mi mano. Por entonces, trabajábamos en Radio Chilena. Carmen cubría las protestas callejeras y yo tenía a mi cargo la agenda y conferencias de prensa del cardenal Silva Henríquez, lo seguía tal cual los periodistas y reporteros gráficos, acreditados en el Palacio La Moneda, siguen y cubren las actividades diarias y giras del presidente de la República. También cubría en los Tribunales de Justicia los recursos interpuestos y acciones que realizaban las agrupaciones de familiares de víctimas de la represión al interior del palacio. La foto registra la visita que realizó el cardenal Raúl Silva Henríquez a los 24 familiares de detenidos desaparecidos en  huelga de hambre, al interior de la capilla de la Iglesia Don Bosco (31/5/1978). Entre el 22 de mayo y 7 de junio de 1978, un total de 65 familiares de detenidos desaparecidos realizaron una huelga de hambre por la verdad sobre el paradero  de sus seres queridos, además de manifestar su rechazo a la Ley de Amnistía (abril 1978) destinada a beneficiar a los  autores, encubridores y cómplices de homicidios, torturas y desaparición forzada. Reconocida como -huelga larga-, se realizó también en la iglesia Jesús Obrero, donde participaban los curas obreros, Mariano Puga,  Ignacio Vergara, José Aldunate, siete religiosas y tres religiosos y sede de UNICEF. Al cabo de unos días, más de 40 personas se sumaban a este movimiento en distintas ciudades del país y más de un centenar de exiliados en sus respectivos países de acogida.  La huelga de 17 días, conocida como «huelga larga», finalizó gracias a la mediación del cardenal, su compromiso de entregar un set de fichas al Ministerio del Interior y a la Corte Suprema y la presentación de un recurso que solicitaba a este alto tribunal designar Ministros en Visita extraordinarios que pudiesen abocarse exclusivamente a investigar caso a caso. Las fichas fueron publicadas en la serie de libros ¿Dónde Están?, pero no hubo respuesta alguna por parte del Ministerio del Interior ni de la Justicia, lo único que lograron fue posicionar a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) como un actor de incidencia política y cultural en materias de derechos humanos. -Una vez más nuestra vida por la verdad-, decían en una de sus declaraciones públicas. En plena dictadura, esta organización fue la primera que salió a las calles con carteles y las fotos de sus familiares pegadas al pecho por la Verdad y la Justicia, causa justa que hace propia el movimiento por la defensa y promoción de derechos humanos, movimiento estudiantil y social; todos en conjunto por el fin a las  persecuciones, allanamientos, secuestros, tortura, ejecuciones, centros clandestinos y en definitiva el fin del Estado policial y de terrorismo.  El año 1978 estuvo marcado por un intenso quehacer público en materias de derechos humanos. La Vicaría de la Solidaridad lo declaró -Año de los Derechos Humanos en Chile-, en el marco del simposio -Todo hombre tiene derecho a ser persona-, un evento que reunió a importantes personeros internacionales de las iglesias católica, evangélica y luterana y del mundo de las organizaciones de derechos humanos. La Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas visitó ese año el país, los familiares interpusieron una querella masiva por el delito de secuestro agravado en contra de altos directores de la dirección de inteligencia nacional y seguridad ( DINA) y a fines de noviembre el hallazgo de 15 cuerpos sin vida, al interior del horno de una mina de cal  de Lonquén, puso fin al adjetivo -presuntos-. Los cuerpos  correspondían a detenidos desaparecidos de la zona de Isla del Maipo; el primer hallazgo que concreta la condición de detenido desaparecido como una nueva figura represiva.

Raúl Gilberto Montoya Vilches (43 años), padre de Vilma, fue secuestrado, al salir de su hogar, la mañana del 21 de julio de 1976. Tres hombres y una mujer se bajaron de un automóvil -Peugeot azul – y luego lo introdujeron violentamente. Desde entonces, nunca más se supo de él. Militante del partido Comunista (PC) era dirigente del gremio de electricistas y Federación Industrial de Maderas y Materiales de la Construcción y en el gobierno de la Unidad Popular (UP) asumió las relaciones laborales de la Corporación Nacional de Fomento (CORFO).

Vilma, tenía 20 años, estudiaba Análisis y Programación en Computación en el Instituto Profesional, Duoc – una carrera del futuro – según su padre que había conocido el Europa el incipiente mundo de la computación.  Sin embargo, no pudo continuar por razones económicas, por un rol de contención familiar y por encargarse de los trámites de búsqueda. Mañana y tarde, acudía a las oficinas de la Vicaría de la Solidaridad y a la Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos (SENDET) que funcionaba en el edificio del Ministerio de Defensa Nacional. -No hay novedad-, le decían apenas la veían llegar en esta última. Molly Romero, su madre, se dedicó completamente a su trabajo en la empresa Yarur; Raúl, su hermano mayor (22 años) había partido al exilio y sus hermanos menores, Iván y Doris, tenían 17 y 13 años. -A tu papá se lo llevaron, eran varios autos-, le contó una vecina a su hermano cuando salió a comprar pan.

Inicialmente, tras el secuestro, la familia fue hostigada por agentes de seguridad, concurrían a su domicilio para intimidarlos y confundirlos, les decían que había salido del país con otra mujer y que tenían información muy detallada de lo que hacían en los tribunales. Pese a sentirse invadida por un miedo que debía vencer para continuar, Vilma, no detuvo su acción de búsqueda. El miedo jamás logró paralizarla. De hecho, nunca ha podido olvidar el momento del fin de la huelga de hambre, precisamente cuando observó un operativo de diez vehículos de carabineros y carros militares apostados en las afueras de la parroquia. Una voz que no recuerda de quien la tranquilizó al comentar: las iglesias están consideradas territorio neutral y por tanto nada sucedería. Tampoco olvida a los cientos y cientos de personas que acudieron a la parroquia a solidarizar y acompañar su dolor; médicos, sacerdotes, religiosas, estudiantes, dueñas de casa. Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda, le regaló un libro de poesía con una dedicatoria; un testimonio vivo de adhesión y esperanza. Todo está grabado en su memoria como si fuese la fotografía de la huelga de hambre en la que está junto al cardenal, Raúl Silva Henríquez, y que guarda al lado de una foto de su padre.

¿Justicia que tarda es o no justicia?

Séneca, filósofo romano no se equivocaba al sostener -Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía-. En otras palabras puede entenderse -Justicia que tarda no es justicia- .40 años después del secuestro, a mediados de 2016, los tribunales condenaron a diez años y un día de presidio a doce agentes del Comando Conjunto, los acusaron de secuestro calificado de los dirigentes, Raúl Montoya y Nicomedes Toro, este último, obrero de la construcción e integrante de la Brigada Ramona Parra, detenido el 28 de julio de 1976. Los abogados defensores de los inculpados han intentado reducir sus condenas, pero todos sus recursos han sido rechazados, el último de ellos por una de las salas de la Corte Suprema, a fines de enero de 2023. El Comando Conjunto que surgió por decisión de las direcciones de inteligencia de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, secuestró, torturó, ejecutó e hizo desaparecer alrededor de cuarenta personas; la mayoría, dirigentes del partido Comunista de Chile (PC).

Anteriormente a estos recursos, todos los juicios interpuestos en los tribunales se cerraban uno tras otro porque los jueces se declaraban incompetentes al no obtener respuesta a sus oficios dirigidos a los campamentos de prisioneros, Instituto Médico Legal, recintos carcelarios,  postas, hospitales y policía internacional. Mientras la justicia cerraba sus puertas y ventanas, Vilma, se abocaba por su cuenta a su plan de búsqueda, acudía a mirar bajo los puentes del río Mapocho y calles aledañas a las postas de urgencias. Pensaba que tal vez, a consecuencias de la tortura, su padre habría olvidado quien era y podría estar entre los vagabundos. Las fantasías de encontrarlo iban y venían, no aceptaba la idea de su muerte, lo mismo la familia. Día a día, durante varios años, lo esperaban a la mesa con su comida preferida, dejaban puesto su lugar y para las navidades, a modo de bienvenida, adornaban alegremente el hogar. 25 años después, en el contexto de la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos (2001), el Ejército entregó una lista referida al destino final de 200 detenidos desaparecidos, de los cuales 122 figuran lanzados al mar, 21 arrojados a ríos y mares y 20 sin identificar. Según Vilma, el nombre de su padre figuraba en dicho listado, pero ella no cree esta respuesta, está convencida que los restos de su padre están escondidos en una fosa clandestina bajo tierra al interior del fuerte Arteaga de Peldehue. Pese a ello, a veces prefiere pensar que su padre sigue vivo y que un día lo encontrará, aunque otras veces admite que lo mataron y al menos espera encontrar un par de huesitos para enterrarlo y llevarle flores; una constante tensión entre la vida y la muerte, un dolor interminable y de nunca acabar que le ha despedazado su corazón. Quizás por ello prefiere quedarse con el recuerdo de aquellos años de niña y de adolescente cuando él la llevaba a las masivas marchas de apoyo al gobierno del presidente Salvador Allende y a la sede de su sindicato; con él conoció a sus compañeros de partido, las esferas del mundo sindical y político.

Solidaridad y memoria

– Mi papá- dice Vilma con una voz seca y profunda, aunque a mí me parece que cada vez que lo repite su voz se torna un tanto más aguda mientras su mirada se vuelve juvenil, su rostro se tensiona y deja ver expresiones de amor y rabia entrelazada. – Mi papá, ni ningún padre pasará al olvido– repite, una meta que la lleva a trabajar incansablemente en el -Taller Hilvanando la memoria- y en el colectivo -Hijos e Hijas de la Memoria-. Su historia los hizo familia y como tal tienen un sentido de pertenencia, identidad y por sobre todo un espacio de acogida, amistad y solidaridad, comenta Adriana Goñi, antropóloga y arqueóloga, gestora del colectivo que reúne a más de 100 descendientes colaterales de personas afectadas por violaciones de derechos humanos a partir del golpe militar; las segundas y terceras generaciones, una iniciativa avalada por la Red de Memorias de la Universidad de Chile. El taller de los hilvanes y bordados reúne a un grupo de familiares de detenidos desaparecidos para compartir y dar a conocer sus historias a las nuevas generaciones.

El dirigente, Raúl Montoya, no quiso exiliarse, según pensaba, constituía un acto de abandono de sus compromisos políticos y sociales y a sus propios compañeros. En 1975 denunció en Europa la represión de la dictadura ejercida en el mundo sindical ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En dicha ocasión, le ofrecieron asilo, pero rechazó la propuesta al igual que los consejos de su madre que le recomendaba viajar a la casa de una tía residente en Argentina. -Si me quieren que me vengan a buscar-, es una de las frases que repetía en medio de una feroz acción represiva desplegada en 1976 contra la dirigencia clandestina del partido Comunista (PC). Y como sabía que estaban detrás de él, dejó una pista de sus persecutores al escribir en un papel -Otto Trujillo Miranda-. Se trata de un agente del Comando Conjunto que le solicitó dinero a cambio de información de sus compañeros detenidos. En uno de los juicios, negó todo.

Tu luz trasciende– se lee en un memorial cercano al hogar de la familia. Con ocasión de la fecha del secuestro y cumpleaños de su padre, Vilma organiza actos de homenajes y pese a que no es del mundo católico también una misa de responso. Así, sea donde sea que esté, estas fechas constituyen para ella, su familia, vecinos y la militancia comunista un memorial de dolor y esperanza, memoria de vida, memoria colectiva.

Myriam Carmen Pinto – febrero 2023 (biografía colectiva, libro en preparación).

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