Malditas sean las guerras. Pasados que no pasan

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«Maldita sea la guerra – Malditos sean sus verdugos – Baudy no es un cobarde sino un mártir”. Este epitafio se lee en la lápida de una de las tumbas del antiguo cementerio de la localidad de Royere de Vassiviere, región Limousin de Francia, a prácticamente cinco horas de París. Se trata de la sepultura dónde descansan los restos de Félix François Louis (33 años), fusilado el 20 de abril de 1915, por negarse a obedecer una orden de atacar a las fuerzas enemigas durante la primera Guerra Mundial.
Junto a él,  también ajusticiaron a Henri Prébost (31 años) François Fontanaud (32 años) y Antoine Morange (cabo, 32 años).  Formaban parte de una trinchera de 250 soldados que se opuso de manera colectiva a la orden de salir a disparar en medio de la ocupación alemana. Argumentaron que no era su turno. Y claro,  lo contrario  era ir al  frente de un enemigo parapetado sin posibilidad de éxito. Por entonces, bajo sus mismos ojos, luego de intensos combates,  los alemanes habían muerto y dejado gravemente  heridos a doce hombres de dicho batallón, sumándose a la pérdida de al menos 600 hombres lanzados  a una posición prácticamente suicida; carne de cañón dentro de la maquinaria bélica.
Todos fueron acusados de cobardía, pero finalmente en un juicio sumarial,  sin la menor garantía, dictaminaron la pena de muerte a sólo  cuatro de ellos. Según se dijo respondiendo a un sorteo, recayó en Félix Baudy y Henri Prébost, ambos albañiles y dirigentes obreros del sector de la construcción, François Fontanaud y Antoine Morange, sus amigos. quedó enterrado cerca del lugar de su ejecución. Siete años más tarde trasladaron sus restos a una tumba del cementerio de su ciudad natal y tras una revisión oficial de su caso que puso fin a su condena de cobarde se escribe el epitafio que honra su inocencia al igual que las flores frescas que siempre lo acompañan; un símbolo vivo que abre  un debate respecto de la historia de los fusilamientos que se llevaron a cabo durante las guerras mundiales con objetivos de dar un ejemplo a las tropas y el cuestionamiento respecto de los límites del deber de la obediencia; una memoria que no se puede olvidar ni dejar de lado.
La memoria histórica se impone de por sí y en pleno en la región francesa del Limousin; un escenario de múltiples batallas y episodios trágicos. «Rue de la Resistance» se llama la calle que lleva al camposanto que alberga los restos de numerosas víctimas. Siguiendo la misma ruta, dando la vuelta en sentido contrario, frente a la iglesia, se llega a un monumento de «Homenaje de la comuna de Royère a sus hijos muertos por la civilización y libertad de Francia” y un poco más allá, saliendo del pueblo hacia la ciudad de Limoges hay un Museo de la Resistencia.
Según informes oficiales, en Francia se cuentan 825 casos de fusilados por su propio bando entre 1914 y 1918; un total de 563 corresponden a causas de desobediencia militar, 136 por delitos de derecho común y 126 por espionaje. A 100 años de la primera guerra mundial, muchos de  los  casos de «ajusticiamientos para dar ejemplo» se recuerdan en diversos actos conmemorativos, incluso se abrió una base pública de datos. Sin embargo, la mayoría de los nombres no figuran en los monumentos dedicados a los caídos; una situación que se reconoce como el último quiste en la memoria. Aún quedan muchas investigaciones y resoluciones pendientes. No se ha dado un pronunciamiento colectivo para librar la honra del total de los ajusticiados sino caso a caso. Maldita sea la guerra se lee en un monumento erigido a los caídos por Francia. Un millón trescientos mil murieron y cientos de miles regresaron mutilados a sus hogares.
Myriam Carmen Pinto; fotografías Martín Kemp en Royere de Vassiviere, Limousin, Francia. (agosto 2019). Serie Pasados que no pasan.
Fuente certificado de defunción: memoiredeshommes.sga.defense.gouv.fr
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