Sin saber ni tener donde ir, familias guaraníes kaiowá del Mato Grosso del sur Brasil, sobreviven en improvisadas carpas de plástico que instalan en cunetas y bordes de transitadas carreteras, aldeas lejanas, suburbios superpoblados y o fragmentados. Atrapados, entre cultivos agro-forestales que amplían su producción, a punta de invasiones, ataques armados, persecuciones, encarcelamientos, hostigamientos y asesinatos, los desalojan, les arrebatan sus bosques, sus tierras antiguas y sagradas. Desesperanzados, los más jóvenes se están suicidando.
Brasil, detrás de Estados Unidos, ocupa el segundo lugar de las exportaciones de soja y las proyecciones económicas indican que encabezará la lista. El nuevo milagro de la agro- industria conlleva un calvario para las comunidades guaraníes de los bosques densos del Matto Groso y sus tierras rojas, quizás por sus características geológicas, clima seco y la sangre derramada a lo largo de siglos.
Los sojeros que aumentan su producción requieren tierras. Han puestos sus ojos en los ancestrales territorios indígenas, a quienes no se les reconoce ni garantiza la propiedad y por tanto no tienen protección legal. Presionándoles para que se vayan, les queman sus hogares; los desalojan.
Lejos de sus territorios, cuando salen en búsqueda de alimentos no tienen certeza si volverán. Desde las haciendas vecinas, pistoleros, a contrata y guardias privados, disparan al aire y a ellos mismos como si jugasen tiro al blanco. Una mujer guaraní relata: “Imagina las balas de los pistoleros, volando por todas partes… por la noche podrían alcanzar a un niño, a una mujer, a cualquiera” (Ver documental «Los Pistoleros», al final de la página).
Les disparan, queman sus pertenencias, espacios sagrados y mundo espiritual; los matan y no pasa nada. Los asesinatos son encubiertos y silenciados. Una guaraní fue atropellada por un camión cuando caminaba con su marido. Testigos dijeron que venía de una hacienda que contrata matones que les salen al paso. La policía local consideró el caso como un atropello común. No escuchó su testimonio ni tampoco el de los testigos. El chofer fue liberado y camina por las calles, libre de toda culpa.
Cada día, suman y siguen las presiones incluso para que se integren al trabajo esclavo. Los líderes se resisten, pero son encarcelados. Cerca de 200, están tras las rejas con muy poco o nulo acceso a la justicia. Sin asesoramiento ni intérpretes que puedan traducirles, están dentro de un sistema legal que no entienden. Hay quienes cumplen severas y desproporcionadas condenas por delitos menores que no han cometido.
Pero, a pesar de todo, las rodillas, aún no las doblan. Han asumido una estrategia de recuperar sus territorios de a poco y a modo de pequeñas parcelas. No ha sido fácil. Quienes lideran estos movimientos son sacados del camino a como de lugar y a costa de lo que sea. Marcos Veron, dirigía la comunidad guaraní-kaiowá de Takuára. Durante cincuenta años, su gente había intentado recuperar sus bosques arrebatado por un empresario ganadero. Tras años y años de lucha y presión en vano al gobierno, el dirigente, desesperado condujo a su comunidad de vuelta sus tierras. En 1997, lo lograron. Regresaron, construyeron sus casas y plantaron sus propias cosechas.
En un juicio, el juez les ordenó abandonar el lugar y como no obedecieron, más de cien policías y soldados armados, los sacaron a punta de palos ciegos y golpes. A principios del 2003, Veron, hizo otro intento de regresar de forma pacífica. Esta vez, lo golpearon brutalmente. Murió horas más tarde. Había cumplido 70 años. “Esto que ves aquí es mi vida, mi alma, sí me separas de esta tierra, me quitas la vida”, dijo poco antes de partir.
Antes de que sea demasiado tarde
En este clima de violencia, los jóvenes que viven lejos, pérdidos sin sus rituales, sin guías espirituales y sin apoyo de sus familias se están suicidando. Ya no tienen esperanzas y prefieren, morir en vez de aceptar las condiciones de vida que les im ponen.
Especialistas comentan que se ha desatado una ola de suicidios nunca antes vista en esta región de América Latina. En lo que va corrido de los últimos años, más de 517 jóvenes guaraníes, decidieron partir de este mundo, quitándose la vida. El más joven tenía sólo nueve años.
En Brasil, informes dan cuenta que en 2005, el índice de suicidios en esta zona fue 19 veces más alto que el registro nacional. Y es todo, para ellos, constituye una ofensa a su religión, robo y menoscabo de sus derechos.
En el siglo XVI, relatos de cronistas, afirman que estas tribus se desplazaban de un lado a otro, buscando “tierras sin mal” que pudiesen liberarlos del dolor y sufrimiento; una suerte de descanso y reposo para sus almas, libre de violencia y al ritmo del cosmos y la naturaleza. Al igual que otros pueblos originarios, están conectados íntimamente a la tierra que consideran origen y fuente de toda vida; el regalo que les dejase su gran padre Ñande Ruy a ellos, el primer pueblo creado por él.
«Nosotros somos como las plantas”, dice una joven guaraní, preguntándose: ¿Cómo vamos a vivir sin nuestro suelo, sin nuestra tierra?. Un viejo chamán, agrega ¿Cómo se puede sobrevivir si en tu casa no tienes madera?; ¿Cómo harás fuego?; entonces te vuelves vacío, espiritualmente vacío… sí los bosques se están destruyendo, estás espiritualmente vacío. Cuando estás conectado a la naturaleza, rodeado de bosques, tienes vida… tienes todo.
Ojos abiertos que no quieren ver
Survival International”, organización mundial de apoyo a los pueblos indígenas, solicitó a Naciones Unidas, interceder ante el gobierno de Brasil para que exija respetar los derechos de las comunidades guaraníes y poner fin a la represión que les afecta.
Erwin Kräutler, obispo, premio Nobel Alternativo, dice que el gobierno ignora este «cruel genocidio», a pesar que sucede “ante sus ojos”, exigiendo a las autoridades poner fin a esta violación de derechos, poner cese de la impunidad, demarcar las tierras indígenas y resolver las reclamaciones de casos pendientes. Hasta ahora, todo sigue igual. El presidente Lula, quién recién cumplió su período y mandato, abandonó su sillón presidencial, dejando esta herida sin cerrar.
La destrucción de los bosques y su remplazo por cultivos afecta a los pueblos originarios que los habitan y toda la vida que en ellos existe. De los bosques, obtienen alimentos, al igual que sus animales; sus medicinas, leña para cocinar, maderas para construir sus casas, hojas de palmeras para sus techos y, sobre todo, su entorno, los espacios de contacto con la naturaleza y su mund o espiritual que necesitan para vivir y ser.
Los costos sociales y ambientales del boom sojero no se expresan en ningún indicador económico. Según el informe Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales 2010 de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), del 2000 al 2010, la pérdida anual neta de los bosques del mundo fue de 5.2 millones de hectáreas. América del Sur fue la región más afectada en ese periodo.
Por Myriam Carmen Pinto. Serie Pueblos indígenas amenazados en el mundo.
Fotografías y documental: Survival
Más información del asesinato del dirigente Vernon
Hay más de 150 millones de pueblos indígenas que viven en sociedades tribales repartidos en más de 60 países de todo el mundo. Aunque sus derechos de propiedad territorial están reconocidos en el derecho internacional, no se respetan apropiadamente en ningún lugar.