La fragilidad de la vida al límite. Nuestros vecinos invisibles, luchando por permanecer. La imagen era otra, otros ojos miraban, otra persona hablaba. Vivir, correr, respirar, ser y estar… El hombre en esencia, el ser social en su mundanidad, acorralado encripta sus emociones, desatando ansias de vivir más que sobrevivir, redescubriendo sus anhelos, aceptando los espejismos de libertad instaurados por la sociedad, confortados por libertades de conciencia y estados psicológicos de inmanencia, donde por escasos momentos encontramos solo en nosotros mismos atisbos de ella.(Anónimo)
Despertarse por la mañana, abrir los ojos alertadamente, convencernos de que tenemos nuestro día dibujado o por lo menos en alguna arista de él encontraremos el mítico enredo cotidiano. Aquella usanza que se desenreda poco a poco, escurridiza como un río. A deliberar pareciese ser algo normal, común sin mayor complicación, meros engranajes de la gran máquina, la sociedad y sus sistemas funcionando a todo vapor.
Muchedumbre en las calles, fugaces saludos, grandes vitrinas, un ser humano envuelto de discursos materiales, ideológicos, culturales y políticos. Adornos que se han dinamizado con el tiempo, revolucionando las más mínimas tendencias de elementalidad social. Propongo que nos detengámonos, disminuyamos nuestra velocidad, escuchemos la voz de la ciudad y sus acordes, no miremos superficialmente el paisaje, al contrario observemos lo que ocurre en aquel espacio y les aseguro que se sorprenderán. Un alto reflexivo en nuestro transitar cotidiano, que muchas veces se ve enfrascado en la rapidez y los colores de la modernidad.
Un día caminando por las lluviosas calles del sur, a lo lejos divise a un hombre, envuelto con diversos harapos, refugiado debajo de un paradero, expresando ciertos reflejos de frío, desprotegido de toda caricia familiar y de un abandono absoluto.
Un cuerpo a la deriva, una vida arrojada al pavimento. En cosa de segundos se me vino a la mente, una pregunta, quizás la más “clásica y común”. ¿Cómo es posible que un ser humano termine en esas condiciones? Y ligeramente el cuestionamiento me obligó a seguir meditando respecto al hecho que estaba presenciando y avanzo con más interrogantes.
¿Qué duelo?, ¿Qué culpa?, ¿Qué trauma?, ¿Que desajuste? o ¿Que miedos y consecuencias determinaron esté exilio o autoexilio tan abrupto?. Continúo acercándome y observo detalladamente las actitudes de las personas al lado de aquel hombre, y percibo la criminal indiferencia, un acto pactado al unísono por aquellas cinco personas que se encontraban alrededor.
Decido allegarme y pregunto sutilmente, ¿Necesita que lo ayude en algo caballero? y con un gesto de condescendencia apunta hacia una dirección y señala, necesito llegar al Hogar de Cristo. Lo auxilio a pararse, él por su parte arregla un misterioso y llamativo bolso, que por lo visto era fielmente su compañero de viaje y rutina. Minutos más tarde, impulso el tranco y lo acompaño a un lugar próximo, a su destino final. Conversando, riendo y escuchando algunas de sus historias, un dialogo que se fraternizaba insistentemente con diversos relatos de su vida, una mini autobiografía expuesta en esta peregrinación tan diminuta. Nos despedimos el uno del otro, él por su parte agradecido por el gesto, yo con una sensación bastante extraña.
Era algo que nunca había hecho, aunque siempre habitó en mí, pero justamente en ese día de lluvia y frío me atreví a realizarlo. Una marcha menos en la velocidad de mi existencia, para dar una mano a un desconocido. Después de un rato me despido, voy de regreso a la pensión en la que arrendaba, preciso instante en que mi espíritu inquieto, se aventura a conocer un poco más a fondo la historia de aquellas personas y lo que implica conllevar una vida en la calle.
Obviamente para esto necesitaba tiempo, dedicación y compromiso. Por consiguiente debía realizar ciertas acciones que beneficiaran este proceso. En síntesis el primer paso fue, acercarme al Hogar de Cristo, obtener la mayor información posible, interactuar con ellos, conocer el funcionamiento, sus espacios de desenvolvimiento, horarios de entrada y salida, sus apodos, tocar guitarra, reír y prestar mucha atención a sus historias. En consecuencia al tiempo logre que me reconocieran en la calle y aceptaran mi intromisión en sus grupos. Demostraban respeto y respondían afablemente a la inusual visita.
Recuerdo con mucha nitidez pequeños momentos de tertulia, regocijo, observación; la esquina donde se sentaban a descansar algunos, el banco de la plaza, la feria con sus trabajos potenciales, el cuidador de autos, el experto en socorrer a las abuelitas en las afueras del supermercado, el recolector de latas, el cantautor de la micro, el sobrenombre más peculiar, el más conflictivo, entre muchos otros. Todos y cada uno de ellos, utilizando heterogéneas estrategias de sobrevivencia, estilos adoptados y forjados en el inclemente mundo de la calle.
Una de las grandes cuestiones al hablar respecto a las personas en situación de calle es el consumo extremo de alcohol, muchos de nosotros hemos sido testigos de sus efectos, donde el deterioro, el menoscabo físico, psíquico y social es imperioso y no discrimina. Sin embargo, debo ser enfático y categórico en este aspecto, pues no existe una causa homogénea para este fenómeno social y “no pueden”, “ni deben” ser resumidos, en un patrón común, como lo es, el alcoholismo. Al contrario resultan ser múltiples factores que se detonan, quiebres familiares, enfermedades crónicas, falta de oportunidades laborales, discapacidades, accidentes fortuitos, etc.
Al pasar el tiempo, los días, las semanas, y los meses, conseguí darme cuenta de que la imagen era otra, otros ojos miraban, otra persona hablaba, un cambio de paradigma ocurrió, una venda que fue derrocada por el conocimiento “in situ”; precisamente en el hábitat de ellos. Donde la itinerancia del día, la improvisación, el rol del azar, las transgresiones y el esquema de vida, se conjugan en un complejo mosaico de decisiones. La fragilidad de la vida al límite. Nuestros vecinos invisibles luchando por permanecer en el aquí y el ahora.
No es novedad que el imaginario colectivo, se cargue de juicios moralistas, especulativos, e infundados reproduciendo palabras tales como; el vagabundo, el mendigo, el drogadicto, el loco, el borracho, el delincuente, el pordiosero, etc., Todos epítetos que no hacen más que segregar y estigmatizar esta realidad, ejerciendo embates perjudiciales y denigrantes, sobre quienes coexisten en este escenario. Su intimidad es expuesta, violentada, son mirados generalmente como inferiores, producen temor y desconfianza.
Uno de los desafíos más potentes que se nos presenta como sociedad es despojarnos de los prejuicios, sobrepasar las barreras y trabas conceptuales con las cuales se representa la vida de estas personas de la calle. Acercarse, comprender y resignificar a este colectivo humano heterogéneo, particular y con altos grados de complejidad. Desmitificar y depurar la imagen de estos sujetos, es un proceso del cual todos somos parte, y sinérgicamente tenemos que contribuir a reformar, la evolución una sociedad civil, excluyente. Esto supone un dialogo constante que esboce líneas de dignidad, conciencia, tolerancia, sensibilización, respeto, derechos y empatía social para con el otro.
A diario pensamos y actuamos, decisiones y consecuencias algunas más significativas que otras, pero el mecanismo no varía de una acción a otra, que hacer y qué no hacer, ir al norte o ir al sur, cruzar un semáforo en verde o en rojo, correr o caminar, en el transcurso de nuestras vidas este ejercicio se repite y es algo ajustado al ser humano, y cumple con la normalidad de las disposiciones que adoptemos. Pero decidir u optar vivir en la calle, “es una de las cuestiones que mayor controversia produce al momento de pensar en los motivos que tiene una persona para encontrarse en situación de calle.
Todos los seres humanos “decidimos” muchos aspectos de nuestra existencia, sea cual sea nuestra condición y edad, pero “optar” es un privilegio que no todas las personas pueden tener.
Sólo se opta cuando tenemos a nuestra disposición variadas oportunidades (laborales, educacionales, habitacionales), discriminamos entre ellas y elegimos. Surge entonces la pregunta: ¿cuántas y qué tipo de oportunidades han tenido a lo largo de su vida las personas que hoy se encuentran en situación de calle? La respuesta podría darnos luces sobre los motivos de este fenómeno.” Es prudente y necesario, plantear esta reflexión, ya que en términos de análisis se descubre una suerte de desamparo, una incapacidad por parte del Estado en otorgar garantías y derechos constitucionales mínimos.
Es hora de sobrepasar los límites de la caridad y de la filantropía histórica a la cual han estado sujetos, para así, fijar pautas de protección digna, basada en principios fundamentales de bienestar social. El mensaje es claro, la intención de estas palabras asume una posición de sensibilidad social, dejando la puerta abierta para que cada uno de ustedes se interiorice. Sé que para muchos quizás sea una lectura más de un diario común y corriente, pero espero que para otros, sea un contenido de utilidad en sus vidas.
“Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad ”.
Por: Oscar Rodolfo Núñez Flores, Trabajador Social – Mención comunidad, Universidad De Los Lagos.
Publicado en Noticias del Día Diario El Provincial. Chile.