Renato León Zenteno, Conservador de Bienes Raíces de Santiago, a 40 años de su muerte, su sobrino-hijo entregará por vez primera su testimonio al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y a un abogado para dar curso a una investigación judicial que incluya un antecedente hasta ahora nunca dicho públicamente. Un mes antes de que fuera asesinado le había contado su negativa a inscribir terrenos y propiedades irregulares en la comuna de La Reina solicitadas por tres militares vestidos de civil, quienes le aseguraron: «Mi General tiene mucho interés en esto». En ese momento, ninguno de los dos podía deducir que dicha negativa era su propia sentencia condenatoria de muerte.
Cuando mi amigo, Gustavo León Pardo, se enteró de mi viaje a Barcelona (año 2015), comentó que no podía dejar de ver «La Sagrada Familia», una de las maravillas del mundo católico y del arte arquitectónico. Al responder que sí estaba contemplada en mi programa turístico, me pidió llevar un poco de tierra del pueblo balneario Las Cruces, donde él reside, y esparcirla en los jardines del frontis de dicha iglesia a nombre de Renato León Zenteno, su tío-segundo padre, quién había visitado dicha iglesia de Barcelona un mes antes de que fuera encontrado muerto en su departamento en pleno corazón de Providencia.
“Es una de las tantas barbaridades de la dictadura militar”, me dijo, agregando que hasta ahora nunca había hablado de esta historia, ni siquiera a sus familiares.
Primer otro sí. Los hechos
Renato León Zenteno, abogado, Conservador de Bienes Raíces de Santiago, (CBRS), murió el 30 de noviembre de 1976, tenía 69 años, fue encontrado sin vida al interior de su departamento. Su cuerpo estaba intacto, no tenía rastros de heridas graves, presentaba una pequeña hematoma a la altura de la barbilla, un hilillo de sangre que corría de su boca y sus anteojos estaban detrás de la puerta.
Gloria, su sobrina que trabajaba con él y Estanislao León Aguirre, su primo, un militar retirado, ambos a cargo de los funerales, creían había fallecido a consecuencias de un ataque cardíaco y de hecho así lo dieron a conocer a la prensa, aunque después de este primer momento, los medios de comunicación mencionaban una muerte en extrañas circunstancias , barajando la posibilidad de que podría tratarse de un crimen entre homosexuales o por intento de robo. El mayordomo del edificio había declarado que la noche de los hechos observó a cuatro hombres, intentando descerrajar la puerta de su departamento.
El deceso quedó registrado como «Muerte natural». No obstante, la Brigada de Homicidios solicitó efectuar una autopsia, pero nunca se supo su resultado. Los familiares no accedieron a este documento, tampoco lograron ver el certificado de Defunción. Desorientados y confundidos, sin sospechar sería un asesinato, optaron por no interponer ningún recurso ante los Tribunales de Justicia.
Y claro, se trata de una familia conservadora, incluso de procedencia militar y mayoritariamente conformada por adultos de tercera edad y dispersos unos de otros. Arturo, hermano mayor de la víctima padecía de un principio de Alzheimer, su hermana estaba distanciada de él y Guillermo, hermano menor, un exitoso empresario ( por entonces vicepresidente adjunto de todas las filiales de la empresa minera Anaconda), trabajaba en Irán y su esposa padecía una grave enfermedad. Gustavo, su sobrino-hijo, (a la muerte de su hermano), residía en España, país al que llegó en 1975, luego que un oficial militar que había sido gran amigo durante su paso por la Escuela Militar, le advirtiera bajo cuerdas que su nombre figuraba en una lista negra. No era dirigente político, ni funcionario público sino tan solo un adherente al gobierno popular del Presidente Salvador Allende. Tres meses después del golpe militar lo habían despedido de su trabajo en el Laboratorio Farmacéutico Squibb and Sons Interamerican Corp. por oponerse a los permisos que solicitaba de manera constante un ex cadete militar que trabajaba allí y que había sido reclutado por el Ejército para cumplir funciones de inteligencia y de ayudantía al general Washington Carrasco, Intendente de Concepción.
A excepción de Gustavo, tanto él como su familia eran pinochetistas, aprobaban y veían con buenos ojos al régimen militar.
Segundo otro sí. Siniestra red institucional asesina
A 17 años de ocurridos los hechos, Guillermo que residía en Estados Unidos, aún pensaba que la causa de muerte de su hermano Conservador de Bienes y Raíces, había sido natural, pero sus primeras dudas se levantaron cuando un periodista del diario La Segunda, lo llama por teléfono para entrevistarlo, en el marco de un reportaje que preparaba y en el cual se revelaría públicamente pormenores del la muerte producto de un asesinato. Bajo el titulo «Quién mató al Conservador de Bienes Raíces Renato León Z», este diario informa el 15 de julio de 1993, que el agente Michael Townley, había confesado en 1978 que la Dirección de Inteligencia Nacional ( Dina) ordenó asesinarlo por negarse a inscribir un conjunto de propiedades fraudulentas, entre ellas, su casa de Lo Curro, adquirida por una sociedad en formación. Se agregaba además una propiedad de Darío Saint Marie (Volpone), entre otras. La declaración de Townley está incluida en la documentación que forma parte del proceso de extradiciones de los agentes chilenos involucrados en el asesinato del ex canciller Orlando Letelier, una causa que instruyó el ministro en visita Adolfo Bañados.
El reportaje del diario La Segunda reveló el Certificado de Defunción N° 3.082, extendido por el Registro Civil de la circunscripción de Independencia que acredita como causa de muerte una «Toxemia aguda inespecífica» e informa que el Instituto Médico Legal había reservado sus vísceras por tres meses para posibles pericias forenses.
Más de 30 años después, en el marco de las investigaciones destinadas a esclarecer la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva y del funcionario internacional Carmelo Soria, ambos asesinados con armas químicas fabricadas por la Dirección de Inteligencia Nacional ( Dina) se logra determinar que Renato León Zenteno, Conservador de Bienes Raíces de Santiago, fue muerto con gas Sarín. Los agentes de la Brigada Mulchen, a cargo de estas operaciones, confesaron que cuando fueron a su domicilio se les quedó un frasco de perfume Chanel N°5 y que dentro de él habían transportado el gas mortal y que no regresaron a buscarlo porque ya era tarde. Para corroborar estas declaraciones, el juez que instruía una de estas causas, al revisar su expediente, más precisamente, el informe pericial fotográfico, comprobó efectivamente que en una de las fotos de la escena del crimen se observada dicho frasco sobre un velador.
Otro antecedente importante se encuentra en el propio proceso del crimen del ex canciller Letelier, en donde el agente Townley declara que en su casa de Lo Curro funcionaba un laboratorio y fabrica de armas bacteriológicas bajo la responsabilidad del químico, Eugenio Berríos, cuyos restos fueron encontrados en una playa de Uruguay en 1995. Fue asesinado, llevándose a su tumba para siempre los nombres de quien sabe cuántas otras víctimas del gas Sarín, entre ellos, Manuel Leytón Robles, funcionario de la Dina que robó un vehículo con fines personales y que al ser detenido por Carabineros denunció una serie ejecuciones de dirigentes políticos y adherentes de la Unidad Popular que tuvieron lugar en Peldehue y en cuyo expediente se menciona su caso así como el de cuatro prisioneros en la cárcel, dos de ellos políticos y dos comunes, además de dos peruanos, quienes fueron manipulados como conejillos de indias, en ellos probaron los efectos del venenoso gas. Gustavo León, enfatiza que la comunidad internacional prohibió el empleo de armas químicas después de la Primera Guerra Mundial lo que significa que el régimen militar del general Pinochet, además de violar los derechos humanos, transgredió tratados y convenciones internacionales sobre estas materias.
Tercer otro sí. Saberes históricos
Volviendo a la petición de Gustavo León de trasladar tierra del pueblo balneario de Las Cruces a Barcelona y esparcirla en los jardines de La Sagrada Familia, obviamente, me preocupaba cruzar medio mundo entero con un frasco de plástico lleno de tierra en la maleta, pero sabía que no podía negarme. Mi amigo buscaba con este gesto poner en movimiento lo que consideraba como familia una deuda histórica pendiente. Felizmente llegué al destino con el frasco sellado tal cual me fue entregado. En caso de que la policía de Londres o de Barcelona lo detectara, me había preparado para responder que se trataba de un barro para tinturar mi cabello. Afortunadamente nada sucedió. Igualmente para mí resultaba muy significativo vincular una relación de un frasco con tierra y un frasco del temido gas Sarín.
Una vez instalada en la bella Barcelona, al cabo de tres días de mi llegada, en los jardines de La Sagrada Familia, bajo unos cipreses y sobre unos jazmines en flor, cumplía lo prometido. Ni Gustavo, ni yo somos católicos, pero, a mi regreso a Las Cruces, este rito se convirtió en una suerte de abono, siembra y remoción de un sentimiento adormecido por la pesadumbre, trauma y miedo paralizante, el silencio al interior de una familia. A 40 años de los hechos, Gustavo León, sobrino hijo de Renato León, a sus 86 años, volviendo su mirada al pasado un día me llama para relatarme esta historia, entregar por vez primera entregar su testimonio. A partir de entonces se animó a recopilar información, preparar una carpeta de antecedentes y según me dijo – pensaba entregarla a los archivos del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y a un abogado para interponer una querella contra los que resulten responsables del alevoso crimen.
He aquí su testimonio:
«Renato León Zenteno, mi tío- segundo padre, a la muerte de su hermano, mi padre biológico, en una de nuestras tantas conversaciones que sostuvimos a su paso por Madrid, después de realizar un viaje de peregrinación por La Sagrada Familia y la Gruta de Lourdes, me confidenció que unos 30 días antes de salir de Chile, en su despacho de Conservador de Bienes Raíces de Santiago, se había negado a inscribir unas escrituras por considerarlas del todo irregulares, dichos documentos fueron entregados por tres oficiales militares, vestidos de civil, quienes – luego de identificarse, le dijeron – se habían dedicado a buscar en los archivos los inmuebles de personas vinculadas a la Unidad Popular que habían salido de Chile y a los que había que castigar. «Mi general tiene gran interés en esto», argumentaron en la reunión que tuvo lugar en su propia oficina. Al día siguiente, cuando regresaron, al conocer la respuesta negativa se levantaron y se fueron sin hacer comentario alguno y no se llevaron consigo las escrituras rechazadas».
«En la ocasión, también me comentó su extrañeza por no haber recibido ningún tipo de presiones que lo llevara a reconsiderar tal decisión. Al escuchar esto, respondí que podría tratarse de arreglines por cuenta propia de aquellos oficiales porque – íntimamente pensaba – otra hubiese sido la historia si en realidad las hubiera pedido el Capitán General, pero callé y solo me atreví a insinuarle que veía un cierto peligro en lo ocurrido, tratando de persuadirlo a que se quedara en España. «Ninguna dictadura es mala hasta que lo tocan a uno», comenté. En ese momento, ninguno de los dos podía deducir que aquella negativa se tornaría en la firma de su propia sentencia de muerte».
Gustavo León continúa señalando a dos meses de su muerte, en enero de 1977, viajó desde España a Chile con el propósito de firmar poderes por asuntos de herencia, y como si tuviese una mosca detrás de la oreja se dedicó a indagar lo ocurrido. De hecho, durante dicha estadía se alojó en su departamento y cómo él me había dicho que los oficiales olvidaron llevarse las escrituras – seguramente por sentirse sorprendidos y quedar al descubierto – traté de encontrar el maletín del Conservador, dándose cuenta que no estaba en el departamento ni en sus oficinas. Había descartado el móvil del robo porque estaban todas sus pertenencias en el departamento; un sofisticado equipamiento fotográfico, muchos dólares, dinero efectivo, su reloj Patek Philippe de alto precio, entre otras pertenencias de alto valor. También recuerda que ordenando la habitación observó sobre el velador un frasco de perfume Chanel N°5, de tamaño mediano y al comprobar que no tenía contenido, lo arrojó a la basura. No pensó que sería una pieza clave a investigar.
Gustavo León continua su relato:
«Una noche, al borde del Toque de Queda, al llegar al departamento, al momento de cerrar el portón del estacionamiento de automóviles, observé – a través de la vidriera que daba a la calle – una camioneta que venía a gran velocidad y que frena bruscamente frente a la puerta de entrada del edificio. Al llegar al hall de distribución, entre las vidrieras que daban a la calle y al estacionamiento, veo a cuatro hombres, tocando los timbres de varios departamentos sin que nadie les respondiera. Al verme, dos de ellos, me piden que les abra la puerta, y al preguntarles a quién buscaban, responden que llamaban al departamento N°301. Les respondí que tocaran su timbre – ¡Que no contestan!, gritó uno de ellos – ¡Entonces no estará!, respondí, destacando que teníamos prohibición de abrir la puerta del edificio …¡Aquí se cometió un asesinato!, fue mi respuesta. Así las cosas, no abrí, temía fueran agentes de la Dina y como uno de ellos insistía les dije con voz firme que si las personas que buscaban no estaban no podía dejarlos entrar por instrucciones de la administración».
«Debido a este extraño episodio, al día siguiente, le conté a uno de mis tíos y él que era muy amigo del entonces General de Carabineros, Cesar Mendoza, integrante de la Junta de Gobierno, lo llama, se reúne con él para informarle y solicitar algunos sondeos de lo ocurrido. Al cabo de un par de llamadas telefónicas, el general responde que no había nada contra mí, no obstante, aconseja que salga de Chile lo más pronto posible. Partí de inmediato a Perú con una reserva conseguida por un pariente que era jefe en una línea aérea. Por segunda vez, salía de Chile, escapando».
«Me fui con la sensación de que me sacaron a la fuerza de Chile y no pude continuar haciendo diligencias en torno a la muerte de Renato, mi tío-segundo padre. Pensaba que a lo mejor podía tirar de una hebra que podía cambiar el giro de la muerte que por entonces se hacía parecer como natural. Para ellos era más fácil asesinar que extorsionar a alguien para que abandonara el país. ¿El General Mendoza habrá intervenido en que yo hubiese podido salir vivo de Chile?».
Cuarto otro sí: ¿Justicia o Impunidad?
Quienes conocieron a Renato León Zenteno, Conservador de Bienes y Raíces, lo recuerdan como un hombre generoso, un caballero fino, delicado, muy exigente, sólidos valores y recto a todo prueba; un hombre probo, un hombre del mundo de las leyes y el Derecho. Era soltero, sin hijos, le gustaba viajar y sacar fotografías de los lugares interesantes que conocía.
Su familia militar era muy reconocida y respetada. Nicanor Zenteno, su abuelo, en los albores de la Guerra del Pacífico, en su condición de Cónsul de Chile en Antofagasta, recibió a las tropas chilenas, intercediendo por una ocupación que respetara y garantizara los derechos de bolivianos y chilenos residentes. Y su madre que venía de una familia muy acomodada fue estafada por un abogado a quién le dejó un poder para vender las propiedades que sumaban una cuadra entera de la calle Monjitas al llegar a la Plaza de Armas. Ella viajaba continuamente a Europa y Renato León , su hijo, por entonces un adolescente quedó en Chile al cuidado de un tutor muy amigo de la bohemia artística. Esta suerte de abandono por parte de su madre implicó que desde muy joven tuvo que abrirse a pulso un camino para ganarse la vida. Tendría unos 20 años cuando ingresó a trabajar al Conservador de Bienes Raíces de Santiago. Su jefe, el Conservador, Eulogio Rubio, reconociendo sus capacidades aconsejó que continuara sus estudios medios en una escuela nocturna y después ingresar como alumno libre a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Y así lo hizo. El título de Abogado y su especialización en Derecho Civil y materias de registros de propiedades le permite ascender en el escalafón judicial, llegando a ocupar la responsabilidad de Archivero Judicial y en la década de los 60 el cargo de Conservador Nacional de Bienes Raíces de Santiago (CBRS).
Sumario
Gustavo León está radicado en Chile desde el año 1996. Regresó pensionado del sistema español. Su familia se ha reducido, varios de ellos ya no están en este mundo. Al pasar de los años, sobre la marcha de las investigaciones que sacaron a la luz este siniestro asesinato, ninguno tuvo la fuerza suficiente ni los recursos necesarios para iniciar tramitaciones que dieran curso a la apertura de una investigación del caso como tal. La deuda pendiente no la carga solamente la familia sino también el Poder Judicial, el Colegio de Abogados, la Asociación de Notarios, Conservadores y Archiveros Judiciales de Chile; todos se quedaron callados – dice- todos optaron por el silencio, olvidaron que se trataba de un respetado abogado, un servidor público de destacada trayectoria, un funcionario titular y de alta jerarquía; la máxima autoridad reconocida como Ministro de Fe, encargado de los registros y transacciones de las propiedades, un cargo que designa el Presidente de la República, de acuerdo a una terna que presenta la Corte de Apelaciones por mérito entre conservadores y notarios de la jurisdicción.
«El Poder Judicial debiera asumirlo como su mártir por oponerse al hombre más poderoso de Chile en bien de lo que era hacer cumplir la ley y defender los sagrados principios del Derecho, un leso abandono de las autoridades de la justicia y un crimen de lesa humanidad que debiera investigarse y aclararse». ¿Quién autorizó el registro de estas escrituras ?», se pregunta finalmente el sobrino hijo. ¿Qué sucederá con dichas escrituras si fueron cursadas?
Myriam Carmen Pinto. Zurdos no Diestros. Historias humanas de humanos demasiados humanos / octubre 2016